...tú eres la Muerte

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¡Feliz semana!

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¡Feliz semana!

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Para cuando fui consciente de mi existencia me encontré de rodillas.

Observaba el reflejo del manto estrellado en la superficie de cristal de lo que parecía un inmenso lago de escasos centímetros de profundidad y fondo de roca.

Pero fue el reflejo de mi rostro lo que me devolvió a la realidad. El aspecto decrépito que revestían mis facciones.

Mi pelo había crecido más de lo que recordaba y mis ojeras ensombrecían la tristeza de mis ojos marrones. Parecían haber vivido mil años.

Para cuando aquella voz me asaltó yo intentaba calmar mi respiración. Por un instante me había confundido con la muerte.

―Al contrario de lo que la mayoría de las criaturas piensa, Elíha Dakks, no son los años los que hacen envejecer nuestros ojos, sino el dolor. Pero cuando algo duele, quiere decir que algo hermoso lo precedió, y es precisamente el recuerdo lo que vuelve al dolor soportable. ―aquellas palabras se conformaron en un tenue y dulce susurro que pareció volar con el viento― Está en tu mano afrontar el dolor y vivir orgulloso de haber vivido, o negar la realidad y dejar que tu alma muera lentamente, un poco cada día.

No tardé en advertir su reflejo.

Una figura fantasmal, que emanaba luz propia. Y ese olor. El que ya nunca se marchaba. El hedor del paso de los milenios.

Solo un ser en el universo podría emanar ese olor.

Y si era así, solo podía significar una cosa...

―Te he estado esperando, Elías Dakks. Largo tiempo.

Resultaba paradójico que un ser que destilase un olor tan aterrador que es capaz de cortar la respiración allá donde te encuentre pudiese tener una voz tan hermosa.

No me atreví a mirar hacia arriba, así que me limité a observar en silencio su reflejo en la superficie del agua, hasta que aquella erecta figura cubierta por una raída capa, más oscura que la noche, se arrodilló frente a mí y elevó su mano hasta tocar mi rostro.

Recuerdo que mi corazón se detuvo.

Su tacto era más frío que el más largo invierno que hubiese vivido, y alivió, rápidamente, el calor de mi piel quemada.

Finalmente, elevé mi mirada hacia su rostro, poco a poco. Hasta que mi retina advirtió una visión global de aquella espectral figura que en nada se parecía a cualquier representación del pájaro negro que haya visto.

Y sentí miedo, y atracción, porque me encontraba en ese instante ante el ser más inquietante que mis ojos hayan podido contemplar.

Su silueta y rostro eran hermosos, y sus ojos blancos, aún más que su piel de nácar, semitransparente, como un espectro, pero corpórea al tacto, glacial, e impertérrita. Y sonrió. Y una extraña calidez me invadió con su mano, acariciando mi rostro. Su figura emergía de extraños ropajes, vestidos de humo, que se desdibujaban con la inmensidad de la noche.

― ¿Sabes quién soy?

Asentí.

―El espejo de humo, el pájaro negro... tú eres la muerte.

Su sonrisa no se borró.

―Así es, Eliha Dakks. Y me complace conocerte.

Suspiré.

―...pero ellos no están aquí ―fue todo lo que pude pensar.

Siempre pensé que cuando llegara el momento Ella me llevaría junto a ellos.

Pero allí no había nadie.

Su rostro se entristeció en aquel instante.

―No están aquí porque aquí no viven los muertos. Has llegado al Hogar de los Inmortales.

Sentí una lágrima resbalar por mi rostro, y no pude seguir observando aquellos ojos blancos. Los míos se perdieron en las estrellas.

En ese momento supe que había llegado a donde pretendía, pero que para ello había renunciado a encontrarlos. Y la amargura me invadió, porque durante un breve lapso creí haber muerto, y la esperanza se encendió en mí.

Sabía que estaba donde debía. Pero no donde verdaderamente quería.

Y entonces sentí el frío aliviar mi calor, y me fundí con su abrazo.

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SLADERS (II). LA LLUVIA DE FUGACESWhere stories live. Discover now