Esta vez sí, íbamos a morir

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—¿¡Crees que el cuerno tiene alguna utilidad real, quiero decir, al margen de producir esta siniestra melodía que podría escucharse hasta en el fin del mundo y percutirla a un volumen que supera con creces los niveles de decibelios que un oído humano pueda soportar!? —gritó entre todo aquel estruendo, al tiempo que sobrevolábamos las aguas del lago a una velocidad de vértigo bajo la inmensidad de la tormenta. 

Las montañas, a lo lejos, se sumían cada vez más en la gran nebulosa hasta terminar escondidas bajo un auténtico mar de niebla hacia el que nos precipitábamos, cada vez más cerca de lo que podía ser nuestra meta o nuestro final, pero al mismo tiempo también de esa sublime belleza que te paraliza el corazón y te vuelve diminuto ante la inmensidad de las fuerzas de la naturaleza.

Me reí, sintiendo la lluvia golpear mi cara con fuerza.

—¡Seguro que sirve para burlar a alguna otra criatura! —aventuré— ¡En incluso apostaría a saber cuál!

—¡A mí no me hace ni puta gracia! —se quejó— ¡No quiero que vuelvan a intentar matarme!, ¡Por si no lo has notado tengo alguna suerte de aprecio a mi vida!

—¡Claro, Miriam, y por eso estás aquí! —me burlé.

Hubo un modesto silencio, tras el cual los dos estallamos en carcajadas.

—¡Qué te jodan, Dakks!

—¡Pero con mucho cariño!

Esta vez me golpeó, pero no dejó de reír. Por lo menos mi inconsciencia y gilipollez acababan de terminar de forma oficial con el estado de nerviosismo generalizado en el que nos encontrábamos.

Tal vez la salida a aquella situación no fuera fácil, pero lo haríamos lo mejor que supiésemos, tal y como lo habíamos hecho durante cerca de dos días.

***

—Justo como me temía.

—¿Qué pasa? —inquirió Miriam preocupada—... aguarda. ¿Son lo que creo que son? —indagó señalando con una mano hacia los animales que poblaban, a cientos, el paisaje aterrazado y escalonado que se extendía por varios kilómetros alrededor del Palacio, y cuyas siluetas solo pudimos distinguir tras descender varios metros entre la inmensidad de la niebla.

Estábamos a las puertas del Palacio Fortificado del Jardín Feliz.

Nuestro destino y nuestra respuesta.

Me giré para observar a Miriam, algo incrédulo, mientras valoraba para mis adentros cuál sería el mejor lugar para aterrizar hasta concluir que debíamos dejarnos caer al otro lado de las murallas que cercaban el Palacio si queríamos salir vivos de aquella.

—¿Qué crees, Miriam? —pregunté retomando nuestra conversación.

Guardó silencio por un momento, pero parecía tenerlo claro esta vez.

—¿Mantícoras?

Shock.

¿Desde cuándo sabe Miriam lo que es una mantícora?

—Correcto —admití, visiblemente sorprendido—, ¿Cómo...?

Escuché su risa.

—Los humanos tenemos ciertos conocimientos del mundo paranormal, Elías. Somos lo bastante analfabetos para comportarnos como auténticos idiotas, pero no lo suficiente como para no demostrar interés alguno en seres que se han creído durante miles de años una invención de culturas ancestrales que pasó por el refinamiento del pensamiento medieval y se construyó a lo largo de siglos, pero han sido incalculables veces representados y se pueden encontrar en todos los bestiarios del mundo. Por no mencionar el imaginario cinematográfico.

SLADERS (II). LA LLUVIA DE FUGACESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora