El Séptimo de los Señores Ajawa

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― Has oído hablar de los Siete Infiernos, Elías Dakks?

La observé, confuso.

― Todo el mundo conoce esa Historia. Son las dimensiones en donde los Inmortales confinaron... o confinasteis, a los siete señores del mal, los Ajawa, y a sus respectivos séquitos de demonios.

Asintió.

― ¿Crees en esa vieja Historia?

Mi corazón se aceleró, y el pánico amenazaba con adueñarse de mí.

Tomé aliento antes de hablar y lo hice con sencillez.

― Hasta la fecha no. Pero visto lo visto, quizás debería.

No dejó de mirarme, fijamente, y, después de todo, asintió una vez más.

― Probablemente deberías ―convino―. ¿Recuerdas quiénes eran los Señores Ajawa, Elías?

Había escuchado hablar de ellos, pero no de cada uno en particular.

― No pasa nada. Yo te lo explicaré ―se dispuso a exponer―. Son los Siete titanes, los señores del mal. Cada uno fue el más temible abanderado del mal en un ámbito diferente. Ellos tenían el universo bajo control en el Tiempo de Oscuridad, y tras la batalla de las Luces y las Sombras, fueron derrotados gracias a que Nasser logró reducirlos a todos y encerrarlos a cada uno en una dimensión diferente. Esas dimensiones adquirieron el nombre de Infiernos, y sus portales quedaron sellados por magia blanca muy poderosa, más poderosa que todo lo que puedas imaginar.

Asentí.

―El primero era Makkahui, guardián de las grandes enfermedades, como el virus zombie, también causante de lo que se conoció como la gran plaga. El segundo señor de los Ajawa fue Vlad, guardián de los vampiros y Señor de la Sangre, a quien los humanos han acostumbrado a llamar Drácula, el único de todos ellos que se encomendó al mal por una causa noble.

Suspiré. Creía conocer esa historia.

― ¿Amor? ―pregunté.

Asintió con tristeza.

― Amó tanto a su mujer que se malogró para salvarla, hasta convertirse en un monstruo. ―admitió― Pero la oscuridad lo transformó tanto, que lejos de salvarla, perdió la razón y él mismo la mató.

Se me encogió el estómago.

― ¿Estás bien? ―inquirió.

Asentí.

― No me gustaría encontrármelo. Eso es todo. ―admití.

Odio a los vampiros.

― Es comprensible ―sonrió―, aunque el tercero de ellos supera con creces su maldad, te lo aseguro. Lo conocieron como . Toda su vida fue un mercenario y llegó a reclutar a un inmenso ejército. Todos sus hombres fueron temibles guerreros que mataban y capturaban seres para los demonios por pura diversión. Con el fin de matar más y con más crueldad se debieron a la oscuridad, y esta magia los convirtió en monstruos, en grandes y peligrosos demonios, ansiosos por sembrar el caos.

Solo de oír todo aquello temía cuál podía ser la respuesta a la pregunta de quién era realmente Dimitrius Stair.

― El cuarto señor de los Ajawa fue conocido como Un ser temible nacido del experimento de una comunidad de druidas con la magia oscura en un confín muy lejano del universo, un ser que se alimentaba de las almas de todo cuanto a su paso encontraba. Llegó a tener un ejército temible. Y todo el que se enfrentó a él perdió su alma y se convirtió en su esclavo, por toda la eternidad, porque ya sabes que el alma es la esencia de nuestro ser, es aquello que nos brinda la vida después de la muerte, y sin ella viviremos condenados a vagar sin rumbo, conciencia, ni ser, convertidos en cuerpos inertes capaces de cualquier cosa.

― Eso no lo sabía.

― Fueron tiempos oscuros, Elías, tan oscuros que muchos necesitaron olvidar, y por ellos sus descendientes no recuerdan hoy nada de lo que pasó. ―admitió, casi asustada― pero negarse a recordar no borra la realidad.

Asentí, sintiéndome encogido por su relato.

― El Rey de la Noche es el quinto Señor de los Infiernos. No era más que un hombre llamado ok, un campesino que se malogró para sobrevivir al invierno, porque temía morir. Se convirtió en un espectro de hielo, un cadáver ambulante que sembraba el invierno a su paso. Todo cuando dejaba atrás moría congelado y se unía a su eterna marcha. Pero nada comparable con los dos últimos Señores Ajawa, eso te lo puedo asegurar.

― ¿Por qué? ―pregunté.

― Porque a ellos dos deben su existencia todos los demás. Son las dos formas del mal primitivo, Elías Dakks. Y las conoces a las dos.

― ¿Cómo?

Asintió, pausada.

― El sexto señor de los Ajawa es el Espíritu Linterna. El ser más despiadado que haya existido jamás cuando estaba vivo. Fue imposible confinarlo en su propio infierno cuando fue derrotado en la Batalla de las Luces y las Sombras, acompañado de su ejército de espíritus. Pero tampoco se permitió que su alma encontrase la paz, de modo la magia blanca lo condenó a vagar por toda la eternidad, y la noche del aniversario de su muerte, el 31 de octubre, se vuelve extraordinariamente fuerte, y puede ser invocado, tal y como sucedió el año pasado y como seguro que recuerdas. No obstante, de todos los señores del mal, es el más impredecible y caprichoso, como ya tuviste oportunidad de comprobar.

Todavía resultaba escalofriante recordar mi encuentro con Jack O' Latern. Pero no era tan aterrador como lo que iba a escuchar a continuación. Y eso lo puedo asegurar.

― De todas formas, ni siquiera Jack O ' Latern es equiparable al poder del Septimo Señor de los Ajawa, o, como algunos lo llaman, El Necromante.

― ¿Y dices que le conozco? ―pregunté intentando disimular que mi corazón cada vez latía más deprisa.

Me observó con detenimiento.

― Así es. El Necromante, Elías Dakks, es aquel al que conoces como El Primero. El mal primitivo. El que invocaron, en su momento, todos y cada uno de los señores del mal, y el que los convirtió en lo que hoy día son.

― No...

― Fue el único de todos los señores del mal que no sucumbió a la batalla de las Luces y las Sombras, Elías. El único que logró sobrevivir, encarnándose bajo la forma de otro ser, y dando una inesperada muerte a quien en su momento estuvo destinado a encerrarlo para siempre en el Séptimo Infierno.

― Nasser...

Percibí su rostro teñirse de tristeza, y finalmente, asintió.

― El primero de mis hijos, y el primero de los náhares. Igual que tú hoy, fue su misión encerrar al mal y liberar a la dimensionalidad de su yugo, pero, contra lo que todo el mundo piensa, nunca lo logró ---asumió con seriedad---. El Primero logró derrotarle y le poseyó, como poseyó a cada uno de los gobernantes, líderes y cancilleres que le siguieron al frente de la dimensionalidad, engañándonos a todos. Permitiendo que los cazadores murieran en una guerra perpetua para contener al mal, que, poco a poco y gracias a él, va siendo liberado desde los confines más oscuros de los siete infiernos...

― Y que hoy vive dentro de Dimitrius Stair ―completé con resignación.

― Así es ―concluyó con gravedad---. Y sin que nadie lo sepa.

Se hizo el silencio.

― ¿Cuál es su poder? ―pregunté al fin.

Me observó con detenimiento.

― Es el mal en sí mismo, Elías. Puede hacer cualquier cosa que imagines. Puede abrir las puertas de los siete infiernos y arruinar todo lo que logró Nasser antes de que él le poseyera. Es capaz de cualquier cosa para retornar el Tiempo de los Demonios...

― Y yo...

La realidad fue que en ese momento me sentí más indefenso y resignado que nunca en mi vida. Por una parte, sabía que tarde o temprano sería ir de perdidos al río, y por otra me causaba una impotencia absoluta saber que no tenía nada que hacer contra él. Eso fue todo lo que pude pensar.

― Tú eres lo único en el universo que puede evitar que eso pase, Elías.

SLADERS (II). LA LLUVIA DE FUGACESWhere stories live. Discover now