Nuestros demonios

878 115 73
                                    

―¿Maldita sea no teníais suficiente con hacerme una pierna digna de Iron Man?

Rompimos a reír.

―Hablando de Iron Man... ¿Qué dirías si con el mero hecho de apretar un botón que puedes llevar encima en forma de pulsera la estructura de onianto emergiese una prolongación que es como una skateboard flotante de la que no te puedes caer y cuya velocidad puedes controlar con la mente?

Abrió tanto los ojos que casi olvida respirar.

― ¿Me estáis diciendo que ahora puedo hacer surf donde quiera? ―estalló sin dar crédito.

Los dos nos reímos y asentimos.

―Es técnicamente correcto ―admitió Noko.

Se pasó las manos por el pelo sin dejar de observarnos alternativamente.

Después, para nuestra sorpresa, guardó silencio.

―¿Qué piensas? ―preguntó Noko.

―Es una auténtica pasada y con total certeza el mejor regalo que nadie me haya hecho ―suspiró―. Nunca podré hacer nada para devolveros lo que...

―No hay nada que devolver, Luca ―atajé―. Son tiempos difíciles, y serán más difíciles y...

―Todos tenemos que estar a la altura ―culminó con convicción―. A la altura para defendernos.

Los dos asentimos.

―Y si no me equivoco, ya sabéis algo más sobre esto, a parte de lo que me habéis contado ―concluyó.

Noko suspiró.

―Eso se lo dejo a Elías, yo me voy a dormir ―sonrió, visiblemente cansado.

―Gracias por todo, Noko.

Sonrió.

―Déjate de gracias y aprende a usarla pronto.

Los tres reímos y Noko terminó por perderse por el hueco de la puerta, dejándonos allí solos.

―¿Unas cervezas?

***

―Entonces, como dijimos antes, y ahora con toda certeza, este es el final de los tiempos...

Llevábamos cerca de media hora sentados en el alféizar del desván, con dos cervezas, y la ventana abierta. Nuestras piernas apoyadas sobre las tejas del porche, observaban el paisaje nocturno a nuestro alrededor y la luna que brillaba con intensidad bañándolo todo de una mortecina y apaciguadora luz.

―No si puedo impedirlo y matar a Stair antes.

―En cualquier caso, es el final del mundo que conocemos ―concluyó mi amigo, taciturno.

No podía negar en absoluto lo que acababa de decir, eso era lo único que sabía.

Después de todo, asentí.

―No sé qué pasará al final de este entuerto, pero promete drama ―bromeé.

―Al menos hay una buena noticia.

Le observé confuso.

―Agradecería saber cuál ―Me reí―. De hecho, creo que no nos hemos visto en una peor desde... ―traté de recordar algún acontecimiento dimensional que tuviera parangón en el nivel de potencial destructivo. Y mi memoria no fallaba esta vez―. Desde nunca.

Sonrió.

―Nos dejas formar parte de esto ―declamó―. Si voy a morir prefiero morir haciendo algo guay, y con algo más útil que una raqueta en la mano ―añadió.

SLADERS (II). LA LLUVIA DE FUGACESWhere stories live. Discover now