Entre la oscuridad

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  • इन्हें समर्पित: Radfax109
                                    

Una hora después avanzábamos entre la oscuridad. Éramos diez efectivos. La cuatro de ellos humanos. Los otros seis sladers de muy diferentes características, entre los que nos contábamos Han y yo. También estaban varios viejos conocidos. Namibia y Benni, quienes también hacían lo posible por conjugar su periplo en las juventudes con las misiones de la Pax, a la que se debían igual que nosotros. Nos acompañaban otros dos hombres. Jamman, un viejo aliado de la Pax, amigo de Ion, y quien era muy diestro en el combate cuerpo a cuerpo. Y Yax, uno de los soldados más experimentados de la Pax, quien también había abandonado el cuerpo de rastreadores y ahora se ocultaba de forma permanente en nuestras instalaciones.

Todos íbamos vestidos con los trajes que Noko había diseñado con ayuda del aparato de inteligencia y ingeniería mágica de la Pax. Eran chalecos antibalas extremos. Ignífugos. Y algunos de ellos tenían sorpresas. La pierna de Luca tenía un sistema para generar seísmos localizados con solo golpear el suelo y apretar un botón integrado en su traje. Miriam llevaba un casco con un sistema de video capaz de registrar cualquier cosa en las condiciones más difíciles imaginables. Y con luz incorporada. Amy llevaba con ella un arco de extrema precisión. Aunque había rehusado el visor, ya que había demostrado tener un don natural para el tiro tradicional. Las flechas podían producir cualquier cosa. El carcaj tenía un encantamiento para que siempre apareciesen más, así que no necesitaba dosificar sus habilidades. Cada una tenía un tacto diferente y gracias a ello Adamahy Kenneth distinguía su función. Las había de todos los tipos. Explosivas. Capaces de inocular un veneno letal. De gas. Retráctiles que arrojaban una cuerda por si era necesario huir de un lugar. Incluso luminosas, por si se hacía necesario iluminar por completo un espacio. Además, con ella viajaba siempre Gaolm, que ahora gozaba de mayor tamaño y libertad, y que había adquirido la curiosa costumbre de volar a donde quiera que ella fuera, aunque tuviera que mantenerse a metros de distancia haciendo cualquier otra cosa, siempre pendiente por si el ser al que más amaba en algún momento podía necesitarle. Noko, por su parte, tenía unas gafas que posibilitaban que viera en la oscuridad, calculase la distancia exacta de los elementos en el espacio, incluso capaces de disparar un rayo láser de gran potencia a enormes distancias.

Los demás nos conformábamos con los trajes y las armas tradicionales. Yo llevaba varios cinturones de cuchillos de todas las clases, tipos, pesos y procedencias. En mis manos se convertían en verdaderos instrumentos de la muerte. No había necesitado que Noko hiciera nada extraño con ello, aunque se había empeñado en calibrar uno para que regresase a mí en el caso de arrojarlo. Como si fuera un frisbi. Algo ante lo que me guardaba sonoras reticencias.

La maginería prometía ser una de las ramas más alucinantes de la experimentación mágica de todos los tiempos. Y gracias a Noko había dado un salto cualitativo. Seguramente de no ser por él jamás hubiera existido.

Pero no estábamos preparados para lo que íbamos a encontrar aquella noche.

Avanzábamos entre la oscuridad. Inmersos en una penumbra que envolvía hasta el último resquicio de aquel abandonado jardín que rodeaba los muros de la vieja fábrica Aderleen Industries, a las afueras de Sídney.

Los árboles y la maleza habían crecido allí durante décadas. Todo el tiempo en el que aquel lugar había permanecido abandonado hasta que a principios de año se llegó a un acuerdo para rehabilitarlo y convertirlo en un museo de patrimonio industrial. Desde entonces habían trabajado allí varios equipos de restauración. Pero muchos habían renunciado ante extraños sucesos que se venían dando dentro de aquellos muros y que alejaban de allí la cordura y el entendimiento necesarios para llevar a puerto el acuerdo alcanzado.

Luca explicó que se trataba de un edificio industrial, de la década de los veinte, con un característico eclecticismo de corte europeo. Había estudiado los planos y nos los había enseñado previamente, en la Pax. Al interior encontraríamos una nave industrial de cuatro pisos. El primero era diáfano, pero estaría repleto de maquinaria y objetos, tanto de época como de la propia restauración que se llevaba a cabo en el momento. Los demás pisos estaban separados del central por balconadas de hierro forjado con motivos abstractos. Y el único acceso entre ellos era un ascensor de corte modernista en desuso, y varias escaleras dispuestas en las esquinas, con sendas barandas de forja. En ellos se habrían ubicado, de acuerdo a sus fuentes, las oficinas. Por lo que debíamos esperar encontrar algo de mobiliario más utilitario, posiblemente apilado en algunas de las esquinas.

La luz entraría por la gran claraboya central de hierro y cristal, cuyas lunas llevaban décadas resquebrajadas, pero que permitirían penetrar la luz de la luna. Algo que desde los grandes ventanales laterales, de similares características a la techumbre acristalada, pero que habían sido cubiertos en su práctica totalidad por la maleza que cercaba el jardín por el que avanzábamos en ese momento. Y que parecía una selva misteriosa cuyos bardos desintegraban a todo rayo de luna que se atreviese a adentrarse en sus dominios.

Allí se podía esconder cualquier cosa.

Caminábamos en hilera, uno tras otro, en silencio. Con Yax a la cabeza, dispuesto a enfrentar lo que llegase mientras fuera capaz de abrirnos el camino. Decididos. E intentando evitar en la medida de lo posible cualquier riesgo relativo a todas las especies de insectos y criaturas que allí habitaban y algunas de las cuales se contarían entre las más peligrosas de la tierra. Algo que no parece tan descabellado cuando se trata de Australia, el único continente en el que el número de especies potencialmente peligrosas para la vida humanas supera con creces a sus habitantes. Era irónico y en cierta medida me recordaba a casa. En Áyax, al igual que en Australia, se concnetraban más cantidad de especies capaces de amenazar la vida de las que vivieran en ningún otro confín de Atzlán. Y no pude evitar sonreír mientras avanzábamos. De nuevo inmerso en esa sensación de peligro que me hacía sentir tan vivo. Y a la vez sintiendo que estábamos preparados. Aunque en realidad no sabía que lo verdaderamente arriesgado de aquella noche distaba de cualquier circunstancia que la ciencia fuera capaz de prever. Y eso nos dejaba bastante al descubierto.

Y tampoco habíamos considerado que se tratase de un despliegue escaso puesto que íbamos en misión de investigación, con intención de averiguar qué podía estar ocurriendo en aquel lugar más que otra cosa, y aquello no era sino una especie de prueba para comprobar cómo se desenvolvían los genios en el trabajo de campo. Los que la superasen podrían seguir acompañándonos. Los que no se centrarían en sus actuales misiones para la Pax y allí terminaría su periplo en primera línea.

Fue en un momento en que mis pensamientos estaban muy lejos de aquel lugar, y mientras todavía avanzábamos por el inmenso jardín, bajo los bardos y las inescrutables sombras, cuando Luca se colocó a mi lado por un momento. Y me sobresaltó.

― ¿Dos operarios de obra que murieron a causa de una aneurisma cerebral en el espacio de trabajo? ―inquirió en un susurro, casi indignado―. ¿Esa es nuestra investigación?, ¿No bastaba con el informe forense?

―Suena súper arriesgado, Dakks ―Noko se unió a la conversación, hablando justo detrás de nosotros. Y los dos rompieron a reír.

Suspiré.

―Confío en la Pax. Si están detrás de esto es porque sospechan que hay algo más detrás de esas muertes.

Se hizo el silencio.

― ¿Crees que hay alguna criatura capaz de provocar algo así? ―inquirió Adamahy Kennet, más con curiosidad que porque la situación la asustara.

Podía sentir la emoción latiendo en su pecho. Era humana, pero se convertía en la prueba de que hasta la más indefensa de las razas ántropas del universo puede aprender a luchar si se lo propone y demuestra actitud. De seguro Gaolm rondaba en algún lugar entre aquellos árboles.

―No temáis ―aventuré, mientras nos concentrábamos ante la puerta de aquel edificio, que desde abajo se contemplaba con claridad. Armada en madera y hierro oxidado. Guardiana de los muros impertérritos que custodiaban el secreto que allí nos congregaba― Os habéis preparado para el combate con armas. Y estamos aquí para ayudaros. Tomadlo como una simulación más de las que hemos practicado.

―Solo que en esta podríamos morir. Cualquiera de nosotros ―puntualizó Noko.

―No hables de fantasmas ―contestó Adamahy Kenneth con aquella frialdad que la caracterizaba en momentos que requerían la cabeza centrada―. Hablar de fantasmas es llamarlos.

La realidad era que la Pax quería hacerse una idea de cuáles eran las habilidades de los genios bajo presión. De hasta qué punto eran capaces de ser útiles en combate, y en qué maneras. Para no ponerlos en el futuro en un riesgo mayor del necesario. Y emplear su talento en las actividades adecuadas.

Pero yo no podía decirles que aquello era solo una suerte de examen. Y tampoco sabía que se convertiría en algo mucho más peligroso. Ni que uno de mis genios no superaría la prueba.

SLADERS (II). LA LLUVIA DE FUGACESजहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें