¿Este es el final?

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―Escucha, Eliha ―dijo Ion, mientras ambos nos adentrábamos en la penumbra de la trastienda de Galius. Mientras aquella extraña sensación me invadía. Mientras una parte importante de mí seguía herida por lo último que me había dicho. Por haberle decepcionado. Y decepcionada por cómo él se había comportado. Pero a la vez mantenía la estúpida esperanza de verle emerger de cualquier rincón de la vieja tienda, impregnada todavía de su olor. De ese dulce olor a magia blanca que el viejo había desprendido siempre―. Es importante que recojamos y llevemos con nosotros todo cuanto nos sea posible. Esta biblioteca es una de las más extraordinarias conservadas en Atzlán. Y nos será muy útil en la Pax. Por no mencionar todas las armas que Galius atesoraba en la armería.

Colocó una mano sobre mi hombro.

―Lamento todo esto ―sentenció con tristeza―. Pero debía ser así. De lo contrario habrías muerto ―aclaró.

―Solo somos peones a sus manos ―repetí remarcando con desprecio cada palabra. Tal y como hacía unos meses Agnar Valk había hecho.

―Así es, Eliha ―admitió, adentrándose junto a mí en la biblioteca, y encaminándose hacia la armería―. Pero Ella también es generosa.

Guardé silencio mientras formulaba un hechizo para que todos los libros se fueran apilando en orden en una bolsa cuya capacidad era infinita. Contemplando como las estanterías repletas de polvo y telarañas se desmantelaban. Y los antiguos volúmenes, incunables, y códices de incalculable valor y unicidad se introducían en orden en aquella sencilla bolsa. Como si una gran parte de mi vida se pusiera patas arriba.

Nos recordé tantas veces tomando té en esa vieja mesa que ahora acariciaba con las manos. Tantas veces en las que Galius me aconsejó, y me aconsejó bien.

Y tantas veces en las que estuvo para mí. Aun cuando yo demostraba una y otra vez no ser capaz de seguir sus planes. Y lo hacía todo a la mía.

Y sus palabras resonaron de nuevo en mi cabeza: "El amor nos hace débiles".

―Me pregunto cuándo será generosa conmigo ―balbuceé.

Apenas una hora después habíamos logrado registrar cada parte de la tienda en busca de algún objeto más de valor que nos pudiéramos llevar. Y solo quedaba su alcoba. Ese lugar al que jamás había entrado.

Abrimos la puerta y unas escaleras subieron hacia arriba. El olor de la magia blanca se hizo más fuerte con forme subíamos.

Y tuve que desmantelar un par de sortilegios para poder seguir avanzando. Al final de la escalera, a la izquierda, nos encontramos con un modesto rellano en donde se abría una angosta puerta. En ella se podía leer una nota escrita en el alfabeto cirílico que emplean en el Este de Aztlán y que emparenta con la versión más culta de la lengua común.

"Solo aquellos dignos de mi amor podrán atravesar el umbral de esta alcoba".

Ambos pudimos atravesarla.

Su interior no era más que una estancia diáfana pero de reducido tamaño, con un par de estanterías repletas de amuletos y libros de lectura que nada tenían que ver con la magia, sino con el entretenimiento. La Metamorfosis de Kafka, las Flores del Mal de Baudelaire, o Cien años de Soledad de García Márquez se contaban entre su estantería de cabecera. Nunca imaginé que Galius se dedicase a leer literatura humana en sus ratos libres, pero explicaría muchas cosas, entre ellas que fuese un gran conocedor de la raza humana.

También había una televisión mágica. Un dimensiógrafo que proyectaba un mapa dimensional en el espacio, cuyos portales, interactivos, brillaban en la oscuridad, y sumían la estancia en una atmósfera espacial, y una pequeña cama arrinconada en una pared. Con una mesilla al lado, en la que había una nota y un pequeño paquete.

SLADERS (II). LA LLUVIA DE FUGACESWhere stories live. Discover now