C a p í t u l o 37

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El nerviosismo en Diana era más que evidente, y por más que trataba de lucir serena, no logró su cometido ni por un instante. Se mueve de un lado a otro limpiando sobre lo limpio y ordenando sobre lo ya ordenado. Sus ojos escanean toda la sala, sin prestarle atención a lo que realmente hace, que es reacomodar los cubiertos por tercera vez. Cualquiera pensaría que quería que todo esté perfecto para cuando llegase Alex con su familia, pero lo cierto es que no se sentía así. Incluso pensé en lo prejuiciosos que podían ser.

El timbre suena e inmediatamente me mira con horror. Creo ver algo parecido a arrepentimiento en sus ojos y por su expresión, juraría que así es. Pasa sus manos en su pantalón oscuro a pesar de estar ya limpias. ¿O solo eran sus nervios?

—Tranquila— me acerco a ella, sonriéndole, traga duro—Está todo perfecto, y tú igual.

—Gracias— dice intentando sonreír.

—Tú ve, yo iré a buscar a Noah, que si fuese por él no suelta nunca esos colores— reímos, y me marcho a la habitación.

Abro la puerta y me sorprende no verlo donde estaba, ni por ningún otro rincón de la habitación. Frunzo el ceño al ver nuestras ropas sobre la cama, y al llegar al enorme armario que tiene mi amiga me detengo. ¿Se había metido adentro?

— ¿Noah?

Tomo el pomo de la puerta de madera y tiro de él. Lo primero que la luz colgante del interior me permite ver es; un papel pegado en sus laterales con cinta transparente, justo frente a Noah, quien se encuentra sumamente sumergido en lo que estaba retratando en aquel trozo de hoja. Sus dedos estaban manchados de colores, y por un instante, creí que se trataba de pintura, pero al ver las minas de sus colores trituradas y con unas pocas gotas de agua fue que entendí su técnica. Los lápices de colores eran los que le daban vida a su arte, sin embargo eran esas pequeñas gotas de colores, que simulaban ser lluvia, las que le daban el verdadero impacto al espectador. Al dibujo en sí.

— ¿Mamá?— exclama asombrado.

— ¿Por qué estás aquí encerrado, amor?— me agacho quedando a la altura del banco en el que está sentado, se encoge de hombros y baja la mirada.

—No quería que me vieran.

— ¿Por qué?— frunzo el ceño, confundida.

— No sé.

Suspiro sentándome finalmente en el piso, afuera del armario. Observo su pintura inclinando la cabeza. Pudiendo sentir su mirada curiosa en mí es que sonrío.

—Es hermoso. Me da mucha paz— lo miro de reojo y una sutil sonrisa se asoma en sus labios, contemplándolo al igual que yo.

— La lluvia y el mar siempre calman.

Lo examino unos segundos, y ese brillo descomunal en sus ojos me deja maravillada.

— ¿Sabes que podemos hacer?— niega intrigado— Encuadrarlo y ponerlo junto a la cama. Así cuando tengamos sueños feos y despertemos, sea lo primero que veamos. ¿Qué dices?

— ¡Si!

Se pone de pies del pequeño banquito y me abraza fuertemente.

— ¿Qué es eso? ¿Un calendario?

El calendario posee una enorme imagen de la costa de alguna playa y está igual de pegado que su hoja, solo que este, está a un lateral del armario. Él asiente sonriente.

— ¿Y por qué está ahí?

—Es una ventana.

—Una ventana, eh— digo, contemplando a profundidad el armario.

Máxima Traición✔️(En edición)Where stories live. Discover now