Epílogo

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—Hay peores destinos que la muerte...

A medida que hablaba, una sonrisa elegante se formaba en sus finos labios. En aquella curva contenía arrogancia y nulo arrepentimiento.

—Si la muerte fuera el peor de los finales, ahora mismo yo estaría temblando del miedo...

Ascendió la vista hacia la mujer de prendas de luto. Su velo se ondeaba débilmente y sus dedos esqueléticos daban golpes impacientes en su trono. A pesar de que Mefistófeles yacía de rodillas frente a su señora y pese a que, tanto sus pies como manos estaban encadenadas con plata brillante, su apariencia seguía luciendo angelical. La piel desnuda y blanca como las perlas deslumbraba en la oscuridad con gracia. Sus pupilas negras resaltaban su perfil delicado como el jade.

—Sin embargo... no temo ni siquiera estando de rodillas... porque al final, yo he ganado

—La soberbia que guardas en ti es más grande que tu propio cuerpo —replicó Nakir, ángel situado a diestra de la muerte con prendas largas, preciosas y teñidas de un azul profundo. Su tez bronceada hacía resaltar sus ojos de grandes pupilas azabaches y también su cabello grisáceo. —tu alma jamás descansará en paz..., ¿Cómo puedes interpretar eso como victoria?

Mefistófeles rio.

—Sé mi destino... desde el momento en el que fui creado yo supe y vi con mis propios ojos el fin de todo... incluso el mío, Nakir... los finales felices no existen, ni siquiera para mí... cada corazón infernal que ha caído preso en un amor prohibido solo ha encontrado su triste desenlace en la tragedia. Uno más doloroso que el anterior, con conflictos bélicos, lágrimas de sangre espesa y... en el peor de los casos... la muerte

Suspiró con satisfacción.

—¿De verdad crees que la separación de esa chica con el demonio de Pandora es la peor de las historias? Dante Neberus tendrá el final más triste de todos... y yo... incluso si mi alma es destrozada o devorada por la peor de las bestias... seguiré aquí, vivo y latiendo con fuerza en la memoria de todos...

Desde su garganta emitió una pequeña risa que lentamente se intensificó. De poco a poco los ecos resonantes de su risa hicieron caer unas cuantas piedras. El suelo vibró como si un gigante aplastara con furor los prados de rosas.

Los presentes no mostraron signo alguno de sorpresa, ni siquiera se inmutaron ante su locura, simplemente... lo dejaron ser antes de su castigo.

—Yo gané..., al final ¡YO GANÉ!

La señora Muerte asintió. A espaldas de Mefistófeles, entre la oscuridad surgió otra silueta que cargaba consigo una cadena extensa que se arrastraba por el suelo, estaba teñida de un rojo apasionante, pues ardía en fuego. Dicha cadena había sido creada por la lava del último abismo. El rostro de aquel hombre era delicado, de tez morena como un cáliz de fuego y ojos azabache brillando como un par de obsidianas preciosas. Las prendas rojizas se deslizaban en el suelo conforme daba pasos hacia su víctima. Alzó la cadena por encima de sus hombros y de un latigazo la aferró al par de alas oscuras del ángel arrodillado.

Mefistófeles soltó carcajadas, mientras se retorcía en el suelo por el dolor. Su espalda se volvía ligera, el par de alas negras como la noche se desprendían con violencia. Cada hueso era prácticamente torturado y quemado sin piedad alguna, mientras que grandes costras se formaban en las paletas de su espalda.

Solo se vislumbraba la sombra del ángel caído y el usurpador de alas. La señora Muerte no se inmutó al igual que Nakir. Munkar, hermano de Nakir, después de desprender las alas rodeó desde atrás el cuello de Mefistófeles con la cadena. Los eslabones se incrustaban en cada tendón y nervio, formando una gran cortada que, de no ser por un tirón podría desprender la cabeza de Mefistófeles. La señora Muerte miró hacia Nakir y dicho asintió al encontrarse con su mirada tras el velo de luto.

Nakir avanzó hacia Mefistófeles, estiró la palma de su mano y sus pupilas se volvieron blancas al fijar su mirada en el pecho de éste. Extrajo así, el alma de Mefistófeles, causándole severo dolor punzante en el corazón.

—Dante... —dijo en medio de una voz cortada, respirando a duras penas. —sufrirá el peor de los finales... —sonrió pese a la grieta que comenzaba a abrirse en su pecho. — lo juro...

Dicho órgano no pudo soportar las heridas y menos la ausencia del alma, por lo que lentamente su pálpito decayó hasta finalmente desaparecer.

Lo que ahora estaba arrodillado no era más que un cascarón vacío. Lo aterrador de aquella escena no era ni las carcajadas, ni las alas desprendidas, ni siquiera el charco inmenso de sangre espesa rodeando el cuerpo sin vida.

Era la sonrisa.

Esa perturbadora sonrisa dibujada en sus labios de oreja a oreja, y ese par de ojos con ausencia de arrepentimiento. Incluso en su último aliento, la ferocidad de su alma quedó impregnada en él. En esa temible y diabólica sonrisa.

Un golpe duro en el suelo creó diversos ecos, Nakir recogió del suelo aquel objeto, lo miró con detenimiento sin decir nada.

—¿Obsidiana? —replicó Munkar

Nakir negó.

—Era su corazón...

Demonio de Pandora (#1 Saga Devoción Inmortal) EDITANDO Where stories live. Discover now