Prólogo

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«El miedo a las relaciones sexuales o la genofobia es un terror intenso hacia las relaciones sexuales, que forma parte de la amplia variedad de fobias sexuales o erotofobias.»


A sus dieciséis años, fue la primera vez que Alba fue consciente de que algo raro pasaba.

Ángel, un chico con el que llevaba unos meses saliendo, había ido a su casa para hacer un trabajo de clase. Sus padres estaban trabajando aquella tarde y su hermana se había quedado en casa de una amiga, por lo que los adolescentes se acompañaban ante la soledad de la casa de la chica.

Obviamente, el muchacho no desaprovechó la situación, por lo que dejó el trabajo a un lado y se centró en besar a su novia. Como es normal en esa edad, las ganas de explorar un nuevo terreno se acentuaron en la pareja, razón por la que la temperatura en aquel cuarto de color rosa no tardó en incrementar.

Pero no todo podía ser de color rosa como su habitación. En cuanto sintió cómo la mano del chico viajaba hasta la suya propia para colocarla en su entrepierna y notó el bulto latente que crecía en su pelvis, a la rubia la recorrió un escalofrío y una presión insoportable se instaló en su pecho.

¿Qué le pasaba?

Se separó del castaño, que la miraba preocupado, y se alejó lo más posible de él hasta hacerse una bolita en la cama, al mismo tiempo que en su mente se abrían paso recuerdos de una infancia no demasiado agradable.

Hacía años que creía haber superado esa parte tan oscura de ella. ¿Por qué volvía cuando estaba a punto de tener su primera relación sexual?

Con ese último pensamiento atizando su mente, sintió que la presión se abría paso cada vez más en su pecho hasta el punto de que el oxígeno no le llegaba a los pulmones. Comenzó a hiperventilar y todo fue muy vergonzoso.

Ángel lo utilizó en su contra para reírse de ella junto a sus amigos, pero duró poco tiempo. Con el transcurrir de los días se aburrió, aunque a la rubia no se le olvida la humillación que le hizo pasar por culpa de eso tan extraño que le había sucedido.

Por supuesto que no le culpaba, tenían dieciséis años, y los chicos suelen ser bastantes imbéciles a esa edad.

Cuando cumplió diecisiete, volvió a intentarlo. Esta vez fue el turno de David, un tímido pero encantador muchacho que compartía algunas clases con ella, y que se habían hecho tan afines hasta el punto de que Alba terminó por besarle una noche.

Claramente, el joven no se quejó. Una de las chicas más guapas del instituto quería divertirse con él, y por supuesto que no iba a ser menos. Entre besos, mordiscos y gruñidos, una cosa llevó a la otra y terminaron en el coche de David, quien ya tenía dieciocho y por ende, carné.

La verdad era que a la alicantina no le hacía especial ilusión que su primera vez fuera en un coche, pero con la fluidez del ambiente, fue lo último en lo que pensó.

En esta ocasión, consiguió avanzar un poco más. Fue al momento en el que David se deshizo de sus pantalones y Alba clavó sus ojos en aquel sexo largo y palpitante cuando la golpeó la ansiedad.

Suerte que el rubio tenía una hermana que sufría de ataques de ansiedad constantes y pudo conseguir calmarla. Pero Alba, en cuanto consiguió recuperar sus cinco sentidos, abandonó el coche muerta de la vergüenza y más frustrada que nunca.

¿Por qué le entraba ese pánico hórrido en cuanto entraba en intimidad con un chico?

El colmo de todo y lo que la llevó a tratar con un médico fue a sus diecinueve años.

Conoció a Gabriel en la universidad. El muchacho le había atraído desde el primer momento en que lo vio, con ese pelo azabache, esos hombros cuadrados y anchos, y esa barba perfectamente perfilada. Tenía tres años más que ella, pero estaba cursando una asignatura que tenía pendiente, por lo que coincidían en esa clase.

Encajaron enseguida. Tenían muchas cosas en común, por lo que una complicidad bastante fuerte se instaló entre los dos. Gabriel se convirtió en un confidente bastante grande para Alba, por lo que no le costó nada ni le supuso ningún tipo de apuro revelarle que era virgen.

Gabriel le sonrió y la besó con dulzura, haciéndole saber que no le suponía ningún problema.

Y bueno... el resto ya os lo podéis imaginar. Terminó por entrar en pánico, le pudo la ansiedad y esta vez terminó por caer en redondo. Una oscuridad desagradable la abrazó y despertó con el preocupado rostro de su amigo a centímetros del suyo.

La chica no sabía donde meterse. Salió con el rabo entre las piernas de la casa del muchacho y no quiso volver a verlo más, la humillación y la vergüenza que sentía sumado a la frustración que le producía toda la situación le podían.

Por fin decidió dar el paso y contárselo a sus amigas, quienes le recomendaron— casi obligaron— ir a un médico, por lo que no le quedó de otra.

Entonces fue cuando descubrió lo que era la genofobia.

Rapport // AlbaliaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt