XXXI. Hace tiempo

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Encontrarse con una melena color zanahoria nada más atravesar la puerta del chalet la sorprendió en demasía. La presencia de la pelirroja en aquella casa no significaría otra cosa que Natalia le había revelado el que ahora vivieran juntas.

-Hola Alicia— la saludó cuando despertó de su asombro por culpa de los húmedos lametones de Kion en su mano. Le dedicó una dulce mirada antes de acariciarle con mucho mimo la cabeza, a lo que el perro respondió soltando pequeños gruñidos de gusto.

No le pasó desapercibida la mueca que se dibujó en el rostro de la morena al hacerlo.

-Hola, Alba— le contestó desanimada.

Decidió encerrarse en el cuarto de baño para dejarlas a solas y aprovechar para cambiarse de ropa, estaba claro que se encontraban en medio de una intensa conversación antes de que ella las interrumpiera y no encontró mejor forma de hacerlo.

Con lo que no contaba era con sus dedos torpes y su habilidad innata para fastidiarla siempre en las peores situaciones, porque se hizo un lío con la corbata del que no era siquiera capaz de soltarse las manos.

Genial, Alba.

Y encima estaba en bragas.

De puta madre.

Se dio la vuelta en el baño y caminó hasta la puerta en donde se las ingenió como pudo hasta conseguir terminar de abrirla haciendo presión con el codo hacia abajo en el pomo de la misma.

-¿Nat?— la llamó tímidamente, odiándose por volver a interrumpir lo que fuera que estuviesen hablando.

-¿Qué?— escuchó su suave voz desde el salón.

-¿Puedes venir un momento, porfa?— dulcificó lo máximo posible el tono, dejando caer la cabeza hacia adelante con molestia.

Escuchó los pasos arrastrados que ya conocía y caracterizaba perfectamente como suyos acercarse con rapidez por el pasillo, y pronto divisó su cabecita azabache frente a ella con el rostro latente de una confusión predominante.

Ni siquiera hizo falta que hablara cuando los ojos negros de Natalia descendieron por su cara para terminar por quedarse completamente estáticos en el nudo de la corbata que encarcelaba sus dedos casi a la fuerza.

Y cuando sus pupilas regresaron a la consternación de las suyas una sonrisa tranquilizadora la relajó al abrirse paso en su gentil talante.

-Ven aquí, anda— musitó atrayéndola hacia sí misma encerrando sus anudadas manos en la tersura de las suyas—. ¿Cómo has podido liarte así, Albi?— se rió y sus ojos lo hicieron con ella, estrechándose y volviéndose casi invisibles.

Era tan adorable.

Agachó la mirada para clavarla en sus largos dedos y el empeño con el que deshacían el nudo de la corbata que seguía aprisionando los suyos. Pero no duró mucho tiempo sin volver a quedarse embelesada al completo con el atractivo preeminente de su cara casi prácticamente dibujada y hecha a medida.

Permaneció tan absorbida por la belleza que desprendía aquel semblante totalmente concentrado, que ni siquiera se percató del momento en el que sus dedos dejaron de sentirse como si se le fuera a cortar la circulación.

-Gracias— murmuró sonrojada mientras meneaba los dedos lentamente para comprobar que su sangre volvía a transcurrir libremente por las venas.

La pelinegra le sonrió alzando una mano al mismo tiempo para acariciarle el calor retenido en las mejillas con el dorso de sus dedos. Alba juraría que, al agarrarle la mano para dejar un dulce y lento beso encima de sus nudillos, a la otra casi se le corta la respiración.

Rapport // AlbaliaOnde histórias criam vida. Descubra agora