XLI. Agua y Mezcal

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Más de media hora llevaba allí tumbada escaneando su perfil afilado, con una mano descasando sobre su estómago y la otra con los dedos entrelazados con los de la mujer que dormía tranquilamente a su lado. Desde hacía ya un buen rato no había apartado la mirada de un tic nervioso situado justo en su comisura derecha y que no cesaba en todo le tiempo que se mantuvo admirándola.

Al desviar la mirada hacia el reloj digital que acompañaba la mesita de noche del lado de Natalia, supuso que no faltaba demasiado para que despertara, puesto que iban a dar casi las once de la mañana.

No había querido despertarla, y eso que ella lo estaba desde hacía casi dos horas, pero sabía lo mucho que le gustaba descansar a la pelinegra y anoche no se durmió antes de la una, que era la hora a la que ella se quedó tiesa, sabiendo que ella se había quedado despierta cuando eso ocurrió.

Luego de decirle aquello sabía que Natalia seguramente se habría quedado pensando, razón por la que supuso que permaneció con los ojos abiertos por lo menos hasta que ella no se quedó dormida.

Ay, Natalia.

No pudiendo evitar esbozar una sonrisa pequeña, trasladó la mano con la que abrazaba su duro abdomen hasta los mechones de su flequillo despeinado, apartándolo de su frente para admirar mucho mejor la piel que se había quedado expuesta, y no dudó ni un segundo en estrellar sus labios sobre la zona en un beso tan dulce como suave.

La pelinegra se agitó bajo su abrazo, entre gemidos lastimeros que dejaban escapar su poco afán por abrir los ojos.

-Buenos días, Albi— la saludó con la voz ronca sobre la piel de su cuello expuesto, justo donde la morena tenía oculta la cabeza. Sintió su aliento cálido hacer estragos sobre el erizar de su cuello blanquecino, y supo que su boca se había estrellado contra su constelación de lunares por el gruñido que siempre dejaba escapar cuando hacía aquello.

-Buenos días, Nat— le correspondió en un suspiro de agrado producto de la humedad de sus labios sobre su tez alba.

En cuanto la morena reculó para poner distancia entre ellas, la oscuridad del chocolate de sus ojos— puro en esta ocasión— la recibió con una ternura en la que se pudo ver reflejada. Por eso no dudó en inclinarse levemente hasta atrapar la sequedad de sus labios para humedecerla con la propia de los suyos.

Casi sonríe cuando notó que la pamplonica la correspondía.

-¿Cómo estás?— le preguntó cuando se separó de ella, trazando un patrón desordenado con la yema de sus dedos sobre la mandíbula filosa de la morena— ¿Te dormiste muy tarde?

Natalia negó en mitad de un bostezo con el que tapó su boca.

-Cuando te dormiste tú— le hizo ver—, un ratito después me sobé yo— habló entre quejidos mientras se meneaba entre el calor mutuo que retenían aquellas mantas blancas, pegándose más a su cuerpo en el acto casi sin ser consciente.

Alba abrió la boca para preguntarle si había dormido bien, pero la misma vibración molesta que llevaba ignorando desde que había abierto los párpados la distrajo. En esta ocasión, se estiró sobre el cuerpo de la navarra para alcanzar el teléfono, ya no había nada que le obligase a permanecer quieta.

-¿Quién es?— curioseó la pamplonica asomando su nariz por arriba de la cámara del aparato, sin poder evitar echarse a reír cuando ella le golpeó la frente para que dejara de tapar la pantalla.

-Es Álvaro— le contó—, me ha llamado tres veces, pero no me ha escrito qué quiere— frunció el ceño la menor en complexión.

Tecleó rápidamente sobre el teclado de su iPhone con funda de Marie de los Aristogatos para mandar un mensaje al guitarrista, preguntándole por la razón de sus constantes llamadas. Poco tardó el chico en devolverle una respuesta.

Rapport // AlbaliaWhere stories live. Discover now