VII. Conocerse

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La semana transcurrió mucho más rápido de lo que le gustaría, a pesar de que hubieron algunas situaciones que no disfrutó en exceso...

Natalia, después de la escena que protagonizaron el domingo a los ojos de la Rafi, había convocado una reunión con su grupo de amigas para proponer algo: practicar el afecto entre ellas dos, necesitando la aprobación de sus tres amigas como jurado.

Según la navarra, Alba necesitaba soltarse para que todo saliera mucho más natural y mucho menos forzado, o de lo contrario sus padres ni de broma se creerían que ellas dos fueran algo mucho más que dos conocidas que habían comenzado a forjar una extraña relación de amistad.

-Si cada vez que te pongo un dedo encima te tiembla todo el cuerpo como si fuera un puto flan no van a creerse una mierda— le había dicho su novia de pega.

Y tenía razón.

Porque tener a la morena cerca le producía un nerviosismo del que desconocía el origen, aunque igualmente estaba ahí, firme y permanente como una flecha incrustada en el centro de la diana, perfectamente asentada.

Así que, en consecuencia habían mantenido una semana completa de "clases de seducción" como lo habían apodado entre todas.

Pero lo peor sucedió el jueves, justo un día antes de la cena con su madre. Habían quedado para cenar las cuatro en casa de Sabela y, en cuanto dejaron las tonterías a un lado cuando ya habían terminado de comer, las dos chicas se prepararon para el acting.

Por lo que, ahora sentadas en el sofá que presidía el salón de la gallega, la rubia se sentía más tensa que nunca, a pesar de que ya era el cuarto encuentro que tenían. Sus nervios tendrían que estar, en teoría, menos de punta, ¿o no?

Se encontraba sus ojos profundos de frente, a apenas unos centímetros de distancia, su mirada felina, tan cristalina como las gotas de rocío que bañaban el frescor de las hojas por las mañanas tras las frías noches, su mandíbula tan perfectamente marcada que parecía forjada con un cincel a pura consciencia, y por si fuera poco sus labios, rojizos como las cerezas, casualidad que fueran su fruta favorita.

Se encontraba tan concentrada en permanecer serena, que por un momento se olvidó de donde estaban y de que no se hallaban solas.

Reprodujo en su mente a cámara lenta el momento en que la pamplonica alzó la mano del tatuaje del mandala hasta colocarla sobre su mejilla para rozar sus pómulos redondos y suaves con la yema de sus aterciopelados dedos.

No pudo evitar quedarse congelada en la sensación tan liviana que aquel roce le produjo.

Sensación que pasó a un segundo plano en cuanto fue retirada por una mucho más fuerte que se abrió paso con la cercanía del rostro de Natalia a centímetros del suyo.

-Cierra los ojos— le ordenó en un susurro. Alba cedió al instante, cumpliendo con lo que la más alta le había pedido, no sabía la razón pero esa pelinegra le inspiraba demasiada confianza para el poco tiempo que llevaba conociéndola.

Nada más hacerlo, el resto de sus sentidos se agudizaron, por lo que se centró en sentir la presencia de la muchacha que la torturaba con leves caricias propiciadas por sus largos dedos, trazando patrones deformes a su percepción, pero que a la de Natalia le servía para unir los sensuales lunares que adornaban su hermoso cuello.

A punto estuvo de gemir del placer que le supuso el sosiego que las caricias de la navarra le infundían.

Se sentía tocando el cielo.

No obstante, todo se volvió turbio al momento en que los dedos fueron sustituidos por unos finos labios traviesos que apenas llegaban a rozar su piel.

Rapport // AlbaliaOnde histórias criam vida. Descubra agora