L. El test

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Alba no había vuelto en todo el tiempo restante que continuó la mañana, por lo que cuando dio la hora de comer tuvo que hacerlo en soledad. Entraba a trabajar ese domingo a las cuatro y si no almorzaba temprano, no llegaría a tiempo.

De todas formas, ni siquiera llegó para comer, sin siquiera molestarse en enviarle algún mensaje para avisarle de que no iría a almorzar. Más preocupada que enfadada, dejó cuatro mensajes en su buzón de voz que no recibieron respuestas en todo el resto de la tarde, en el que se mantuvo distraída y casi fue a provocar varios desastres en el bar.

Definitivamente su día había terminado siendo una mierda por una inminente preocupación que volaba su cabeza cual mosca pesada, pero que tenía nombre y apellidos. Después de irse de aquel modo y no contestarle ningún mensaje la había dejado con un malestar importante en la boca del estómago.

Por esa razón, cuando cruzó el umbral de la puerta y se la encontró tan tranquila en el sofá con la mirada perdida en algún punto de la habitación le hirvió la sangre.

-Alba— la llamó sin saludar, no esperando ninguna contestación por su parte para hablar—, ¿se puede saber dónde coño has estado? ¿Y por qué no has respondido a mis mensajes? No puedes irte así y dejarme...

-¿Acaso tengo que decirte todo lo que hago, Natalia?— le recriminó enfadada, dedicándole una mirada de desagrado en cuanto sus orbes mieles se posaron en ella— No eres mi novia.

Natalia parpadeó confusa, no comprendiendo el comportamiento repentinamente a la defensiva de la pequeña que habitualmente la observaba con tanto cariño. ¿Qué mierdas le había picado ahora?

No obstante, su respuesta sólo consiguió hervir más su sangre caliente ya de antes, así que se acercó a su lado y la señaló con el dedo, agarrando el casco de la moto con el otro brazo, olvidándose por completo de que todavía lo tenía ahí.

-Después de irte como te has ido, ¿no crees que es evidente que esté preocupada por ti, pedazo de idiota? Si encima ni me contestabas a los mensajes, tonta— golpeó su pecho con el dedo—. ¿Se puede saber donde estabas?

La rubia desvió la mirada y esbozó una mueca con los labios.

-Por ahí— musitó únicamente.

¿Qué demonios le pasaba? Esa misma mañana había despertado en modo gatito de peluche y después de su inminente salida había vuelto hecha la peor versión de sí misma. No obstante, algo le olió excesivamente mal cuando habló con un hilo de voz y sin atreverse a mirarla a los ojos ni un mísero microsegundo.

-Tenemos que hablar, Natalia.

Esas palabras hicieron eco en su cabeza todo el tiempo que permaneció allí de pie, con el casco entre las manos y los ojos fruncidos por la evidente confusión que la rondaba. Algo no iba bien, lo estaba viendo en su inquieto lenguaje corporal, en su mirada perdida, en el miedo a observar fijamente sus ojos.

No, Alba.

Pareció que al no recibir una respuesta decidió continuar hablando, porque abrió la boca e hizo exactamente eso, sin dejar de juguetear con sus manos y rehuir de su mirada todo el tiempo.

-Creo que es hora de que me vaya con Carlos.

No podía estar escuchando bien.

Y no tenía ningún derecho a sentir aquel dolor que le abrasaba la piel, que le quemaba el alma, que la fundía el corazón y no de buena manera. Sabía que ese momento llegaría, lo tenía bastante asumido, pero no significaba que escociese menos o que no tuviera una mínima esperanza de que Alba decidiera lo contrario.

Qué estúpida había sido por ilusionarse de esa manera.

-Ya hemos conseguido lo que nos propusimos, no vas a tener que fingir nada más— se encogió de hombros.

Rapport // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora