LIV. Siempre iban a ser un team

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Vivir enamorada era como estar flotando, sí, no podría definirlo de una forma mejor.

Y que encima fuese correspondido... tocar el puto cielo, tener a esa persona presente en la cabeza veinticuatro siete, ya habiéndoselo aceptado y admitido a sí misma, sin barreras ni miedos de por medio, era simplemente liberador.

Podía gritar a los cuatro vientos que estaba enamorada de Natalia Lacunza.

De una mujer.

Porque sabía que con ella era mejor, que con ella todo era más fácil, que con ella podía hacer frente a cualquier situación, por mucho que la sobrepasase.

Y ahora que podía tomar su mano por la calle sin que nada le importase más, ahora que podía pararla en mitad de la misma para besar su bonita boca, ahora que podía confesarle que la quería sin tener que convencerse a sí misma de que era un cariño únicamente amistoso, se sentía la persona más feliz de toda Valencia.

Tal y como estaba ahora mismo, con una mano entrelazada a la suya y un helado de chocolate en la otra— a pesar de ser principios de diciembre—, probando sus labios con sabor a vainilla y parándosele el corazón cada vez que la llamaba "peque", como sólo ella solía hacer.

-Estás abusando de la lactosa últimamente, peque— le informó cuando se sentaron en uno de los bancos del río Turia a terminarse los helados—, después te dan dolores de barriga— la miró mal desde detrás de sus rizos negros, ahora algo más castaños por necesitar un repaso de tinte en la peluquería.

Ella se encogió de hombros sin dejar de mirarla con una sonrisa que brillaba casi tanto como sus ojitos oliva, esa que escondió detrás de un lametón al cucurucho de galleta que seguía sosteniendo con su mano izquierda.

-No pasa nada.

Natalia bufó.

-Sí, no pasa nada pero después no te puedes mover ni del sofá y me tienes que llamar a mí para que vaya a cuidarte— sabía que su tono de reproche iba referido a su indiferencia con su problema con la lactosa, así que volvió a encogerse de hombros y a dar otor lengüetazo.

Desde que estaban juntas— a pesar de no haber hablado de nada formal— habían decidido que lo mejor era ir despacio, tomarse lo que empezaban a ser con calma y por ello la morena se había quedado a vivir con sus hermanos.

Su padre, tras una charla en la que le aseguró que una de las razones por la que habían tenido curvas en su relación había sido dar pasos tan grandes de forma tan repentina, aceptó pasivamente el hecho de que no podía presionarlas a vivir juntas.

Sin embargo, ella había permanecido en el chalet de playa, no tenía ningún sentido volver a convivir con la Rafi a pesar de lo mucho que la echaba de menos en numerosas ocasiones, por lo que ir a almorzar con ella cada día se había convertido en una buena costumbre en la que algunas veces la acompañaba la pelinegra.

-Que no pasa nada, Nat, que estoy bien— le restó importancia con otro lametazo.

No le pasó desapercibido los gruñidos que soltó por lo bajo, así que se acercó a su lado para atenuar su pequeño enfado.

-Nat, no te enfades, no seas tonta— paseó sus labios helados por la poca piel que su cuello alto dejaba a la vista—. Es sólo un helado...— ronroneó ya peligrosamente cerca de su boca, disfrutando cuando la otra jadeó por el anticipo que suponía sentir la humedad de su boca.

Adoraba el efecto que tenía en ella, el mismo que, en realidad, la morena tenía sobre ella también.

Porque estaba loca por Natalia.

Rapport // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora