XLII. Ecuaciones racionales

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El ruido áspero de la punta del lápiz contra el papel cuadriculado en el que llevaba borrando y escribiendo más de una hora se le había incrustado en los oídos hasta el punto de resultarle molesto y totalmente irritante.

-No, Elena— se abstuvo de chasquear la lengua para no desmotivarla más de lo que ya estaba—, es negativo, al cambiar de miembro el seis se convierte en negativo— le indicó señalando el número mal escrito sobre la hoja—. Es muy fácil, cariño, es mucho menos de lo que crees.

Su hermana pequeña arrojó el lápiz con fuerza contra el cuaderno, cabreada. Golpeó la silla a su lado con el pie y se echó hacia detrás en la silla con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Estaba harta de las matemáticas, no podía esperar a empezar el bachillerato para despedirse de ellas, tenía muy claro que iba a estudiar Bellas Artes.

-Eh, recoge eso— la regañó señalando el lápiz que había rebotado hasta la otra punta del salón—. Elena, sé que no te gustan una mierda las mates, pero si quieres entrar a bachillerato las tienes que aprobar— intentó animarla—, venga, joder, tú puedes con esto.

La menor se levantó de la mesa obedeciendo las palabras de su hermana mayor y se agachó para recuperar el objeto del suelo, cuando volvió de nuevo a su lado lo hacía mucho más relajada.

Pero poco tardó en perder los nervios otra vez, ocasión en la que fue el turno de Natalia para llevarse las manos al rostro y frotarlo con frustración. Sabía que todo era producto de la saturación que cargaba encima, pero eso no lo hacía menos difícil.

Abrió la boca para decirle que no se rindiera, que, en matemáticas, cuantos más ejercicios hiciera, más fácil se volvería la materia. Sin embargo, el ruido de las llaves introduciéndose en la cerradura la interrumpió para clavar la mirada en la puerta y ver como Alba entraba cargada con su maletín enfundada en aquel traje azul marino que tan bien le quedaba.

-Hola, chicas— las saludó con su habitual alegría—. Uy, qué caras, ¿qué pasa?— se interesó mientras daba un portazo y caminaba hacia ellas.

-Elena tiene examen de mates mañana y no consigue que le salga ningún ejercicio— explicó obviamente Natalia, bajo el gruñón semblante de su hermana menor que continuaba con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Parecía haber tirado la toalla, razón por la que no pudo evitar soltar un suspiro cargado de compasión, sabía de sobra lo poco que se llevaban esas ciencias con Elena.

Alba soltó las llaves en el platillo y se quitó la americana antes de avanzar hasta la silla en la que estaban sentadas y ocupar un sitio al otro lado de la rubia, quedando esta en medio de ellas dos.

La valenciana se arrimó a la joven a la vez que pasaba un brazo sobre sus hombros para depositar un suave beso sobre su sien. A pesar de lo serio de la situación, a la morena le divirtió ver a esa pequeña tratar de aquella forma tan maternal a la adolescente, que le sacaba tranquilamente veinte centímetros de altura.

Era pequeñísima.

-Ecuaciones racionales— leyó en voz medio alta el título de la página por la que estaba abierto aquel libro con olor a papel nuevo—, ¿esto es lo que te está dando problemas?— preguntó con tono incrédulo bajo la acuosa mirada de Elena— Mira, cariño, te lo voy a explicar yo verás como lo vas a pillar al vuelo. Seguro que tu hermana no sabe explicar nada— murmuró con tono jocoso la última frase, pero claramente la mayor de las Lacunza la escuchó perfectamente.

Contrajo la mirada en dirección a la rubia de pelo corto que la observaba con una sonrisa socarrona en los labios. ¿De qué iba? ¡Seguro que ella lo explicaba mucho mejor!

El cuerpo de la menor tembló por las carcajadas entre las dos, captando la atención de ambas chicas. Elena se giró hacia la artista y le mostró una inclinación de cabeza que la otra aceptó con una carcajada enorme.

Rapport // AlbaliaWhere stories live. Discover now