XLIV. Pura gasolina

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El silencio amortiguador la recibió dándole la bienvenida en cuanto abrió los ojos tras escapar de una oscuridad absoluta que le había robado la conciencia. Seguía un poco aturdida aún así, la cabeza le pesaba y ni siquiera se atrevió a intentar incorporarse, por lo que mantuvo la mirada fija en el techo de la habitación que no tardó demasiado en reconocer.

No le hizo falta pensar mucho para suponer como había acabado allí, arrebujada entre las sábanas que resguardaban dos olores fusionados en una sola esencia. Abrió la boca sintiéndola pastosa, pero aquel hecho no le impidió hablar.

-Natalia...— se sorprendió por lo ronca y rasposa que sonó su voz, más de lo habitual.

Al no recibir respuesta, decidió mandar a la mierda su estado y se incorporó sintiéndose débil al mismo tiempo que notaba como la sangre parecía volver a circular por sus vasos sanguíneos. Rastreó la habitación en busca de su presencia, pero le costó encontrarla por las penumbras en las que parecía esconderse.

Estaba despierta, lo sabía porque la luz de la luna le golpeaba directamente en la cara y consiguió ver sus ojos abiertos aunque cargados de un dolor húmedo que caía lentamente por sus mejillas en forma de lágrimas con sabor a tristeza.

Odió verla de aquel modo, tan rota y deshecha por su culpa.

-Nat...— la llamó en mitad de un lamento, estirando su mano hacia ella con un gesto en el que le pedía que se acercase.

No tardó en hacerlo, porque ella era así, siempre estaba ahí, pasara lo que pasara.

Se sentó en el filo de la cama, justo a su lado, pero no conectó la melancolía de su semblante con el suyo en ningún momento, así que se vio obligada a alcanzar su tensa mandíbula con sus propios dedos para forzarla a hacerlo.

Cuando eso ocurrió, se encontró con su entrecejo arrugado justo encima de la mirada más triste que le hubiera dedicado jamás, acompañada por sus labios fruncidos en un lloriqueo que quiso eliminar con todas sus fuerzas. Los pensamientos que llovieron en su mente le hicieron saltar la alarma al verla de aquel modo, no podía volver a permitir que se culpara por algo en lo que no tenía nada que ver.

No quería que volviera a establecer barreras entre las dos, razón por la que la acurrucó contra su cuerpo en un abrazo que terminó por romperlas a ambas.

-No tienes la culpa de nada de esto, Nat— murmuró entre lágrimas tras separarse para admirar la hermosa tristeza de su rostro desencajado por el agua salda que caía a raudales de sus ojitos—, de verdad que...

Sus palabras flotaron en el aire cuando la morena, a la que no había dejado de acunarle la cara, inició una negación repetida con la cabeza, llevando sus propias manos hasta las suyas para apartarlas de allí y ser ella quien encerrara la cara de Alba entre sus manos.

-No voy a volver a dejarte sola— susurró en un beso que aterrizo sobre su frente a la vez que con sus pulgares se dedicaba a apartar las lágrimas que descendían desde sus soles nublados—, es sólo que me duele todo esto, Alba— ahora la miró a los ojos—, me duele porque no te lo mereces...

Los ojos de Natalia la observaban con tanta decisión que se desinfló en un momento de alivio, dejando ir toda la tensión que había cargado encima desde que la había visto así de afectada.

Natalia no se culpaba de lo sucedido.

Suspiró aliviada y volvió a abrazarla. Nunca se habría perdonado que aquel ángel volviera a tener aquel tipo de ideas rondando por su cabecita cuando no le competía en absoluto.

Se mantuvo unos largos instantes detallando aquellos ojos felinos, contando las motas chocolate negro que bailaban entre el cacao polvoriento de sus iris impolutos. Pero había algo que destacaba muchísimo más en aquella mirada, y eran las oscuras ojeras que adornaban sus orbes cansados, adornándolos de un aspecto lúgubre que la preocupó de repente.

Rapport // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora