XXVII. Eres capaz de todo

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Apretó los ojos con fuerza intentando alejar lo que fuera que pareciera estar fundiéndole los ojos a través de los párpados. Gimoteó llevándose un brazo a la cabeza en un intento prácticamente inconsciente de alejar el malestar que sentía en las cuencas.

-¡Joder!— gruñó abriendo los ojos de golpe y el fogonazo que recibió la pilló completamente por sorpresa— ¡Me cago en la hostia!

Los cerró de nuevo por inercia y, del mismo modo, se incorporó en la cama sin estar preparada para el calambrazo agudo que recibió en la parte trasera de la cabeza y en las mismas sienes. ¡Sentía como si un camión le hubiera pasado por encima de la cabeza!

¿Qué era todo eso? ¿Una tortura en vida?

Volvió a acostarse, cayendo como un peso muerto en el colchón y despertando, sin saberlo, a la morena que dormía a su lado.

-¿Alba?— escuchó que la llamaba con suavidad tras unos segundos en los que silenciosamente se había dedicado a despertarse, el sólo hecho de oír su voz le taladró la cabeza— Te duele la cabeza, ¿verdad?

Ojalá sólo fuera la cabeza.

Ya no sólo sentía que un camión había transitado sobre su cabeza, sino por todo el cuerpo. Un calambre intenso se encontraba instalado en su bajo abdomen y no le hizo falta ser muy lista para deducir que era causa de sus arcadas nocturnas.

¿Era idiota o a caso no sabía lo mal que siempre le había sentado el alcohol? Debería haberse controlado, como cada una de las pocas veces que le daba por beber, no obstante, ¿qué había sido esa necesidad imperiosa de demostrarle a la morena que ella también podía tener aguante?

¿A quién quería engañar? Lo había hecho para dejarse de tapujos y actuar como una pareja normal junto a Natalia.

Ahora a joderse.

-¿Alba?— volvió a llamarla cuando la rubia no le contestaba.

-¡Natalia, dios, sí, me duele la cabeza!— exclamó hastiada, sin despegarse el brazo del sitio.

Inmediatamente después se sintió irremediablemente mal, ella no tenía la culpa de su irresponsabilidad y, para colmo, sólo se estaba preocupando por su estado. Aún con esas no fue capaz de articular palabra para verbalizar una disculpa, el malestar que sacudía su cuerpo le superaba.

Notó cómo la presencia de Natalia desaparecía de su lado por la falta de peso en el colchón y, maldiciéndose a sí misma pensando en que le había hecho daño con su reacción, se vio sorprendida por su llegada de nuevo.

-Abre los ojos— le pidió acariciando su oreja con un susurro.

Le obedeció sin siquiera pararse a pensarlo, sorprendiéndose gratamente al no sentir molestia alguna y poco tardó en percatarse de que la navarra había echado las cortinas, impidiéndole a la luz del día entrar en aquella habitación de la discordia.

-Ten— en la penumbra, adivinó la mano que le tendía y lo que había en ella. Una pastilla blanca en una, y un vaso lleno de agua en otra—, es una maravilla para la resaca, a mí me viene de puta madre.

En silencio, la artista tomó lo que le tendía para ingerirlo rápidamente y volver a acostarse en la cama, deseando que se le pasara de una vez aquella desazón que la carcomía por dentro y también por fuera.

-Gracias— murmuró en voz baja.

Natalia no hizo ruido alguno, simplemente sintió cómo se encerraba en el baño y no salió en todo el tiempo que ella había dedicado a recuperarse.

La pastilla que la pelinegra le había proporcionado terminó por dejarla prácticamente como nueva en menos de lo esperado. No mentía cuando dijo que el medicamento hacía maravillas y lo comprobó todavía más cuando se aupó de nuevo en la cama, sólo que esta vez su intento por salir ella sí que dio fruto.

Rapport // AlbaliaNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ