XLIX. Empezar a olerse el porqué

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El sábado por la mañana, sólo unos días después de lo ocurrido en la oficina de Alba, a Natalia le tocó trabajar de turno de mañana en el bar junto a la Mari, quien se había quedado dormida y la había llamado dando gritos para disculparse.

Resultaba que la noche anterior se había quedado hasta tarde redactando unos informes para la empresa y se le olvidó programar la alarma antes de irse a dormir, así que cuando abrió los ojos y vio que estaban a punto de dar las ocho lo primero que había hecho fue avisarla para hacérselo saber entre disculpas.

Ella, entre risas, le dijo que no pasaba nada y que se diera prisa en llegar, agradeciendo que a aquellas horas no solía haber gente y que hasta las nueve no empezaba a llenarse, hora para la que la madrileña se encontraría dispuesta de sobra.

-Dios, qué cagada, qué cagada— vociferó la rubia cuando apareció por las puertas del local y salió disparada para colocarse el delantal del trabajo—. Lo siento, Natalia, que se me olvidó poner la puta alarma y no he podido levantarme— volvió a explicarle al llegar a su lado y agarrar un trapo para limpiar las mesas.

-Que no pasa nada, mujer— le sonrió ella desde la máquina de café—, todo fuera por eso. Si ya sabes que a estas horas apenas hay gente.

María le dedicó una sonrisa de agradecimiento antes de desaparecer para anotar el pedido de dos señores mayores que habían entrado tras dar los buenos días. Se rió sin poder evitarlo, porque verla tan alterada era demasiado gracioso.

Tal y como había predicho la morena, la masa de personas empezó a llegar a partir de las nueve, y hasta las once fue mortal, teniendo que hacer uso de su agilidad para dar abasto, pero ambas chicas pudieron sobrellevarlo bastante bien, ya fuera por costumbre o por experiencia.

-Dios, qué paliza— suspiró la pelinegra cuando se sentó al otro lado de la barra para desayunar.

-Y que lo digas— rodó los ojos la Mari, dejándose caer contra el refrigerador de bebidas desde el interior—, pero ya lo gordo ha pasado al menos— continuó diciendo con las cejas alzadas.

Natalia asintió a sus palabras, dándole la razón, con las mejillas hinchadas por la comida que estaba masticando y tragó antes de inclinarse para darle un gran sorbo a su café caliente, pasando la lengua por su labio superior para retirar la espuma que se le había quedado pegada.

Cuando iba a dar un nuevo bocado a su tostada, un sonido seco en la otra parte del interior del local captó su atención, resultando ser una mujer a la que se le había caído el servilletero, por lo que regresó su vista al frente y descubrió la sonrisa pícara de su amiga.

¿Y ahora qué le pasaba?

Tal vez su mirada interrogante habló por ella porque no necesitó preguntar para que la otra empezara a contarle, sin perder aquella mueca ingeniosa de sus labios.

-Vaya, veo que lo has estado pasando bien estos días, ¿no?

Su ceño se frunció al mismo tiempo que su boca, sin entender a qué venía aquella pregunta, mucho menos si estaba acompañada de aquel semblante travieso que no llegaba a encajar. ¿Qué quería decir con esas palabras?

Tampoco le hizo falta cuestionar nada en esa ocasión, porque el dedo de María se alzó y le señaló el cuello, instándola a llevarse una mano a la zona todavía sin comprender la situación.

Hasta que la otra habló.

Y a ella se le cayó el mundo a los pies.

-Tienes un pedazo de chupetón que no sé como no me he dado cuenta antes, cariño— se rió arrugando sus ojos, gesto completamente opuesto al de la morena, que temblaba en su sitio rezando porque María no sumara dos más dos—. A ver, que el hecho de que te guste Alba no significa que no puedas divertirte con otras personas, una alegría pa'l body nunca viene mal— inició un baile divertido con las cejas.

Rapport // AlbaliaWhere stories live. Discover now