IX. Bocetos de papel

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El sábado, unos minutos después de la despedida de la morena en la casa de su padre...

Alba cerró la puerta con una sonrisa tierna en la cara, extrañamente no había tenido que fingirla, la forma de ser de la pelinegra le estaba empezando a hacer mucho más fácil el tener que fingir.

-Alba, hija— le llamó su padre desde el sofá del salón—, ¿puedes venir un momento?

Dando un largo suspiro obedeció hasta llegar a la vera de su progenitor. Sabía de sobra para qué la había llamado, así que simplemente le miró fijamente a la espera de que terminara de romper el hielo y se dejara de rodeos.

-A ver... Mmm...— se removió nervioso en el asiento, algo que sorprendió a la pequeña pues raramente se mostraba de aquella forma— Te voy a hacer una pregunta, ¿vale?

Su hija asintió algo confusa.

-¿Es por esto porque nunca traías a nadie a casa? ¿Porque te gustan las chicas?

Miguel Ángel se ganó un ceño fruncido. ¿Por qué sus padres lo relacionaban todo siempre a eso? No pudo evitar pensar en que lo único que conseguían con ello era invisibilizar la bisexualidad, y le ardió la sangre por ese motivo.

Sus amigas eran bisexuales, ellos lo sabían. ¿Por qué inmediatamente pensaban que sólo le gustaban las chicas? Cuando ni siquiera eso era así, pues sólo le gustaban los chicos.

En esta sociedad, cuando una persona tenía como pareja a alguien de su mismo género automáticamente era tachado de homosexual y, de lo contrario, como heterosexual. ¿Tanto costaba pensar en que cabía la posibilidad de que le gustaran ambos, tanto chicos como chicas?

-Papá, no sólo me gustan las chicas— recalcó—. Que esté con una mujer no significa que hayan dejado de gustarme los hombres, así que no, no era por eso.

-¿Entonces?— la curiosidad brillando en la mirada grisácea de su padre.

-Qué más da eso, ya te he traído a mi novia, ¿no?— le esquivó levantándose para encerrarse en el cuarto, huyendo de tener que dar más explicaciones y dejando a su padre tan confundido como dolido. Sentía un abismo enorme entre su hija y él, ya no había rastro de la confianza que se profesaban cuando ella era más pequeña.

Ahora en casa de Sabela el jueves por la tarde, sin que ninguna de las dos tuvieran nada que hacer, se aburrían juntas a la espera que las demás amigas terminaran sus asuntos para reunirse. María se encontraba trabajando en el bar, y Julia más de lo mismo, pero en la consulta de su tío el dentista.

-Oye, Sabela— la llamó dejando a un lado su teléfono con la conversación que estaba teniendo con Natalia abierta—, ¿tú crees que Carlos quiere algo conmigo?— de pronto la inseguridad había hecho mella en ella.

Su amiga le dedicó un ceño fruncido antes de incorporarse en el sofá en el que estaba tirada con los pies sobre el regazo de la que consideraba su hermana de distinta madre, sentándose así a su lado para observarla mejor.

¿De verdad le estaba haciendo aquella pregunta? Si al muchacho se le caía la baba por ella, iba besando el suelo que ella pisaba y más de una vez había visto un atisbo de dolor en su mirada ante sus intentos por atraer la atención de la que decía ser su mejor amiga.

Pero claro, se trataba de Alba. Aunque le estuvieras poniendo las cosas justo delante de los ojos ella seguiría preguntando por ellas, sin ver nada, completamente ciega.

-Cariño, sabes que yo nunca te mentiría— pasó su brazo por los hombros de la más pequeña en un gesto amoroso—. Si te lo digo es porque no sólo lo veo, lo sé— explicó sin dejar de acariciarle el hombro—. Carlos está loco por ti, Alba.

Rapport // AlbaliaOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz