XXV. Visita al museo

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Finalmente, la improvisada fiesta que se celebraría aquel fin de semana en casa de la mayor del grupo, desistió antes incluso de que la mayoría de los amigos llegara a confirmar la asistencia, aplazándose al fin de semana siguiente al que se decidió.

A la Mari le había surgido un imprevisto y se vio obligada a cancelarla.

Y lo cierto es que a la pareja le vino fenomenal, pues justo al día siguiente del que iba a llevarse a cabo la celebración tenía lugar la boda de Marina, dándole un mayor margen de tiempo a las chicas para partir hacia Barcelona.

En vez de ir el mismo sábado lo harían el viernes, un día antes de que la hermana de la rubia estrenara su hermoso vestido blanco.

-Estoy nerviosa, tata— le dijo Marina a unos días de la boda—. Es que pueden pasar tantas cosas, ¿y si llueve?— se preocupó, puesto que se llevaría a cabo al aire libre— ¿Y si Joan se arrepiente y en el último momento me dice que no? ¿Y si alguien se opone a la boda? Ya sabes que a su tía Cayetana no le caigo demasiado bien... ¿Y si...?

Las paranoias de su hermana le sacaron una carcajada que aguantó por no soltar.

-No va a pasar nada de eso, Mini— le sonrió a través de la pantalla—. Todo va a salir bien y el sábado vas a estar felizmente casada.

Sabía de sobra que todas sus inseguridades habían sido fruto de sus nervios al previo casamiento, pero verla de aquella forma, con los ojos cargados de un pánico tan cómico como exagerado, la divirtió en exceso.

El celeste de sus iris brillaba incluso a través del lente de la cámara, sintiéndolo tan vivo como si la tuviera a su lado.

Y pensar en eso sólo le recordó lo mucho que la echaba de menos casi a diario.

-Ay, Alba, es que estoy muy nerviosa, de verdad— se quejó llevándose ambas manos al rostro para frotarlo con desesperación— ¿Tú qué tal?— le preguntó tras calmarse con un suspiro largo que dejó salir sus más ocultas inquietudes.

-Bien— se encogió de hombros—, acabo de llegar de hacer unos trámites en la empresa y ahora me aburro, Natalia no llega hasta después de comer.

Nombrar a la navarra le arrancó una sonrisa tierna con la que enseñó los dientes y de la que apenas fue consciente, a diferencia de su hermana, que le dedicó una mirada pícara anticipando sus comentarios avispados.

Tenía ganas de verla y preguntarle cómo había ido su primer día de universidad. Aquella mañana la había dejado muy inquieta, ni siquiera había dormido bien por los nervios que— según había dicho— le atacaban siempre el primer día.

-Vaya cara de imbécil se te pone cuando hablas de ella— rompió en risas la menor de las dos hermanas, ganándose un ceño fruncido que recibió con más carcajadas—. Perdón, tata— alegó calmando su ataque de risa—, ahora en serio, me alegra mucho verte así de bien.

Una punzada de culpabilidad se incrustó directa y velozmente en su órgano palpitante, recordándose una vez más que estaba mintiendo también a su hermana, y a punto estuvo de abrir la boca para contarle la verdad del asunto.

Si no fuera porque la puerta de entrada se abrió de par en par lo hubiera hecho.

-¿Qué haces aquí?— le preguntó extrañada, todavía no eran ni la una del medio día.

La que acababa de llegar tiró la mochila en cualquier lado antes de agacharse para acariciar al perro que había acudido a su llegada para llenarla de saliva entusiasmado. Se perdió en el brillo que atizó los ojos de la morena cuando le sonrió a Kion y, cuando quiso darse cuenta, ya la tenía al lado robándole un suave pero largo beso que sin ninguna duda le sorprendió gratamente.

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