XVIII. Touché

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El sutil murmullo de las olas al romper contra la orilla es lo único que llevaba acompañando al delgado silencio instalado en al ambiente desde que había llegado a su lado. Ni siquiera se había molestado en quitarse los cascos, así que no quiso interrumpir su tranquilidad y simplemente caminó a su lado mientras el perro correteaba a sus alrededores con felicidad llenándose el hocico de arena.

El fresco de la playa se cortaba contra su cuerpo, refrescando su piel empapada por el sudor de haber corrido más de seis kilómetros y despegándole los azabache mechones húmedos de la frente.

Se entretuvo en admirar la espuma del oleaje que se empeñaba en intentar alcanzar sus deportes blancos hasta que la suave voz de su acompañante la interrumpió captando todo su interés.

-¿Cómo están tus hermanos?

Su constante preocupación por ellos le sacó a flote una sonrisa tierna y sin que se diera cuenta los ojos se le tiñeron de un brillo que se acentuó con el resplandor lunar de aquella noche de agosto.

-Bien, bien— se rió girándose a verla para encontrarla con un auricular menos colgando de su mano—. Le he hablado a Elena de ti— confesó volviendo a centrar sus ojos en la orilla para recordar la emoción en los ojos de su hermana—, me ha dicho que le encantaría conocerte.

Cuando volvió a mirarla se encontró con una sonrisa tan grande que se le llegaron a achinar los ojos y ella no pudo evitar agarrarle el rostro para plantarle un beso gordo en las arruguitas que se le formaron a cada lado de sus orbes pardo.

Alba Reche era adorable.

-¿Quieres que vayamos mañana a visitarlos antes de ir a lo de tu madre?— propuso al soltarle la cara, sin llegar a percatarse de la mueca de fastidio que cruzó la cara de la Reche al hacerlo, aunque la rubia tampoco es que fuera muy consciente.

-Claro— aceptó en seguida con un entusiasmo que terminó por contagiársele—, por cierto, ahora que mencionas lo de mi madre...— titubeó jugando con sus dedos, fingiendo estar entretenida para no tener que enfocarse en los ojos oscuros que la taladraban desde más arriba.

Aquello capó su interés, haciéndola fruncir el ceño de sobremanera. ¿Qué tendría que decirle? Se estaba empezando a poner nerviosa, entre que la pequeña no dejaba de balbucear y la inminente curiosidad que la caracterizaba no cabía en sí de incertidumbre.

Genial, Natalia.

Casi tuvo que controlarse para no darle un grito ante sus tartamudeos.

-El otro día la Rafi me dijo que porqué no nos besábamos— en cuanto esas palabras salieron de su boca, la pelinegra entendió el porqué de su comportamiento, razón por la que no pudo evitar mostrar una sonrisa con la que llegó incluso a enseñar sus pequeños dientecitos.

No obstante, no dijo nada, simplemente esperó a que continuara.

-Le dije que cómo íbamos a hacerlo, si siempre estaba pegada a las ventanas, pero no pareció gustarle demasiado mi respuesta— explicó haciendo una mueca antes de llamar a Kion para atarle la correa, ya estaban empezando a llegar al paseo marítimo que estaba a unos pasos de su casa.

Caminaron por la arena hasta subir al cemento y empezar a sacudir los pies en un intento muy pobre de deshacerse de toda la arena.

-Tal vez debamos darnos al menos algún pico delante suyo— sugirió Natalia tras unos segundos en los que solamente se centraron en golpear los pies contra el suelo.

-Pienso lo mismo— opinó Alba sin mirarla a los ojos y comenzando a andar sin esperarla—. El viernes me quedaré con mi madre, ya que tú vas a irte a dormir a tu casa, podemos aprovechar la despedida.

Rapport // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora