XX. Y yo a ti

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Tal y como le había dicho a Alba, el domingo partió a Donostia. Estuvo un total de tres días allí, acompañando a su tía en todo momento y contándole como estaba yéndole todo. Hubo un instante en el que le preguntó por Olivia y se sintió fatal por ello.

Hacía mucho tiempo que no hablaban ni se veían. Con todo el asunto de Alba ni siquiera había pensado en "romper" lo que tenían, a pesar de que la catalana tampoco había hecho esfuerzos por ponerse en contacto con ella, tan sólo por eso se sintió un poco mejor.

Se prometió hablar con ella en cuanto llegara a Valencia, sería lo primero que haría.

-¿Qué pasa?— le preguntó su tía al verla detenerse en frente de un escaparate de joyas y mirarlo con ojos brillantes— ¿Te gustan esos colgantes?

-Son preciosos— murmuró analizando hasta el mínimo detalle de las joyas.

Se trataban de unas finas cadenas de oro conjuntadas, de forma redonda y aspecto delicado y elegante. El dije le daba al maniquí una compostura refinada que embellecía por igual su pulcritud, llegando a pensar en lo mucho que acompañaría el cuello de cierta rubia que empezaba a conocer muy bien.

Si ya al maniquí le quedaba precioso, no podía hacerse una idea de cómo le quedaría a Alba.

¿Se pasaría mucho si se lo compraba? Iban a juego, podrían llevarlo juntas, pero, ¿sería demasiado? A ver, que ella llevaba una pulsera con Alicia, pero no era lo mismo una pulsera de tela que un collar de cincuenta euros.

-¿Qué te preocupa, a ver?— le preguntó su tía trayéndola al mundo real de nuevo. Había notado su ceño fruncido y la mirada fija en las joyas, casi contemplando los engranajes funcionar dentro de su cabecita azabache.

Con un suspiro se debatió entre si contarle a su tía o no. El tema de la valenciana era un tanto delicado y hasta la fecha no lo había hablado con nadie, a pesar de que Alicia solía preguntarle qué tal le iba.

-Estoy pensando en comprárselo a una amiga— le contó finalmente.

La hermana de su padre le miró alzando una ceja, casi riéndose de ella.

-Una amiga, sí— se burló—. Supongo que estamos hablando de Alicia, ¿no?— notaba el evidente sarcasmo en el tono de su acompañante, pero al dejar caer los hombros de forma afligida, la otra suavizó su postura— ¿Y cuál es el problema, cariño?

-No sé, es que... ¿No...? El collar es muy bonito, pero ella... No sé... ¿Es...? ¿No es demasiado?— balbuceó hasta preguntar finalmente.

La mujer tuvo que mantener el tipo para no sonreír ante las preocupaciones de su sobrina. Sospechaba que había algo raro con esa supuesta amiga, pero lo último que quería era presionarla, además sabía de sobra que Natalia acabaría desinflándose.

-¿Por qué iba a serlo? Has venido de viaje, te has acordado de ella y le has llevado un regalo— explicó con simpleza—. Es muy sencillo, mi niña, eres tú quien te empeñas en hacer que sea demasiado.

La pelinegra sopesó sus palabras en silencio. Tal vez su tía llevaba razón y lo estaba haciendo más complicado de lo que en realidad era, además de que Alba iba a pagar mucho dinero por un trabajo tan sencillo como el de fingir ser su pareja, un detalle como aquel no era nada malo.

Así que sin pensarlo más, entró a la tienda y compró el par de collares, que no superaron los cien euros pero, si no fuera por la remuneración obtenida hace más de un mes, no hubiera podido pagar.

Ya estaba deseando llegar para dárselo y ver su carita.

Le encantaba ver sus ojitos brillar.

Sin embargo, lo primero que hizo al llegar a Valencia fue dirigirse a la casa de Olivia, tenían una conversación pendiente y necesitaba zanjarlo cuanto antes, así que en cuanto soltó las maletas en el chalet de playa vacío— pues Alba estaba en la oficina—, condujo hasta casa de la catalana para aclarar unos cuantos puntos.

Rapport // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora