XI. Salvar a Alba Reche

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Contempló con la mirada fija como la figura de Natalia se escurría hábilmente hasta quedar sentada a su lado sobre la arena. La observó a la espera de que dijera algo, sabía que la había visto, la forma en la que la había mirado hacía un rato se lo confirmó.

No obstante, el tiempo pasaba y la pelinegra no abría la boca, en parte Alba lo agradeció, no le apetecía sacar el tema a flote, pero no contó con la traición que le supusieron un mar de lágrimas silenciosas que terminaron por recorrer sus mejillas sin que pudiera frenarlas.

Y la luz de la luna todavía llena impregnaba directamente contra la humedad de sus mejillas, proporcionándoles un brillo que captó la atención de la navarra, quien hasta ahora únicamente se había dedicado a observar el mangata del agua.

-Albi...— murmuró sintiendo que el corazón se le iba a salir del pecho.

La pamplonica no soportaba ver a nadie llorar, era una de sus debilidades mayores.

Se pegó por completo a ella, pasando sus brazos por sus alrededores, buscándola en un abrazo reconfortante que tan solo consiguió que se rompiera más en sus brazos, desahogándose y vaciándose junto a ella, estrujando la tela de la sudadera de Natalia entre sus pequeños dedos.

Sollozó como una niña pequeña, dejándose caer contra el hombro de la más alta, empapando la tela del agua triste que derramaban sus ojos.

-Albi...— repitió la otra con el dolor reflejado en sus ojos, podía sentirlo destilarse por cada poro de la piel de la más pequeña.

¿Qué le causaba semejante sufrimiento? ¿Por qué lloraba de esa forma tan devastadora? Ya no podía aguantar sus preguntas, y nada tenía que ver con la urgencia de saciar su sed de sabiduría, sino por la de acabar con el tormento que torturaba a semejante criatura angelical.

Suspiró sintiendo por fin cómo se relajaba en sus brazos. Sólo entonces se separó lo suficiente como para poder acunar su suave quijada entre sus manos y clavar sus orbes castaños en ella con una empatía únicamente propia de alguien como ella.

-¿Qué te pasa, cariño?— le preguntó Natalia, y ella empezó a negar repetidamente con la cabeza, escondiéndose de nuevo en el cuello de la pelinegra— Cuéntamelo, Alba— musitó en una súplica—, por favor...

La escuchó sollozar de nuevo, lo que la hizo chasquear la lengua al sentirse impotente por no poder hacer nada. Soltó aire bruscamente apretándola de nuevo contra sí misma, dejando caricias suaves con los pulgares en su espalda hasta calmarla de nuevo.

-¿Estás mejor?— le preguntó cuando sintió que se relajaba de nuevo, clavando sus ojos como estacas en los suyos, transmitiéndole el dolor que le provocaba verla así.

Pero es que, ¿cómo iba a explicarle todo a Natalia? No quería arrastrarla también a ella a la incertidumbre de impotencia que suponía no saber solucionar aquel problema sin recurrir a un experto, ya tenía suficiente con amargar a sus amigas.

También le daba demasiada vergüenza tener que volver a hablar de ello.

Pero los ojos de la morena le suplicaban entenderla, y ella se sentía demasiado susceptible ante esa mirada cargada de entendimiento.

Como preguntara una vez más iba a terminar por abrirse en canal frente a ella sin poder evitarlo.

-Sí, sí— le respondió con la voz un poco ronca, sacándole una sonrisa leve que consiguió reconfortarla más—. Gracias, Natalia.

Aunque su intención había sido meditar un rato a solas, alejada de la fiesta que habían montado, la presencia de la esbelta muchacha le había reconfortado y no le había permitido caer en el abismo del martirio.

Rapport // AlbaliaWhere stories live. Discover now