LIII. Y es perderte a ti

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No pudo evitar rodar los ojos cuando un nuevo mensaje hizo iluminar la pantalla de su teléfono, como toda la santa noche desde que había llegado al trabajo. Suspiró y chasqueó la lengua, volviendo a bloquear el móvil para guardárselo en el bolsillo tras silenciarlo ya harta de lo mismo, del bucle en el que se había visto envuelta.

Le había rechazado muchas veces ya, al principio con tacto, ya con más mala leche, pero el chaval continuaba, era de esas personas que no paraban hasta conseguir lo que querían. Y de ahí que Aaron no hubiera detenido sus persistentes mensajes desde que consiguió su número cuando entró al grupo el domingo por la mañana.

Y no aceptaba que un no era un no.

Si bien era cierto que el sábado se había divertido mucho con él, cuando se percató de que sus intenciones eran otras muy distintas a las que ella misma tenía, se vio forzada a rechazarlo lo mejor que pudo, con el mayor tacto posible.

En otra situación no le hubiese importado haber tenido algún rollo con él, pero no era justo hacerlo cuando su corazón, sus pensamientos y su piel pertenecían a otra persona.

Aunque esa persona no quisiera saber nada de ella.

Sentiría que estaba usándolo y eso no estaba bien, así que de ahí su negativa.

Pero el muchacho seguía insistiendo, a pesar de que ya lo único que hacía era clavarle el visto. La suerte que tenía era que el chaval sólo estaba allí de vacaciones y sólo era un capricho que iba a tener que aguantar durante unos días.

-¿Qué te pasa, morena?— llegó la Mari a su lado que había ido a limpiar un par de mesas que se quedaron libres tras la marcha de unos clientes — ¿Otra vez el primo de Joan dando el coñazo?

Evidentemente la madrileña estaba al tanto de lo ocurrido, pues llevaba toda la noche con ella y había sido testigo de la cantidad de veces que había sonado su teléfono unos segundos después de que lo dejara en leído.

-Qué puto pesado— bufó la rubia mientras colocaba la montaña de platos que había traído encima de la barra, tiempo después, la miró con los brazos en jarra y los ojos entrecerrados—, ¿tengo que decirte otra vez más que lo bloquees?— señaló alzando las cejas, enfatizando su postura acusadora hacia ella.

Natalia esbozó una mueca de inconformidad. Ella no era capaz de hacer algo así tan a la ligera, pero sí que era verdad que Aaron ya se estaba pasando del límite permitido y establecido por su paciencia infinita para esos casos.

Sin embargo, se encogió de hombros y le dijo:

-Ya se cansará.

-Demasiado aguantas tú— objetó la otra antes de salir de detrás de la barra para acudir a una nueva pareja que ocupó una de las mesas que se encontraban libres, dejándola sola de nuevo en mitad de su cena.

No le pasó desapercibido, sin embargo, el retintín con el que soltó aquella frase, y ni siquiera tardó unos segundos en relacionarlo con lo que estaba enlazando.

Luego de aquel día en el que le había confesado a María, por la pillada de los chupetones, la verdad de su relación con Alba, no había podido ocultarle nada más, así que se había apoyado en ella incluso más que en Alicia, ya que a la pelirroja no podía contarle todo con pelos y señales sin traicionar la confianza de la valenciana.

Pero con la Mari era distinto, pues era más amiga de la otra que de ella misma, razón por la que podía hablar del tema libremente.

Cuando le contó cómo había acabado todo, la rubia del septum blasfemó bastantes veces el nombre de la que era una de sus mejores amigas, pero siempre terminaba recapacitando por ponerse en su piel y saber que no era fácil. La empatía era una de las mejores virtudes de la madrileña y eso no podía ponerlo en duda ni queriendo.

Rapport // AlbaliaWhere stories live. Discover now