XLVIII. Dios, Alba Reche

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La peor sensación del mundo que pudiera describir hasta la fecha, era la de una fuerte resaca luego de un buen día de fiesta, cuando la luz te produce pinchazos en la cabeza y el olor a alcohol que todavía llevas encima te provoca las arcadas más desagradables por las que pudieras llegar a vomitar.

Aquella mañana extrañó esa sensación. La noche anterior apenas había probado una gota de alcohol mientras disfrutaron del relativamente poco tiempo que permanecieron en la cena de empresa, razón por la que su despertar no pudo ser más brillante.

Sobre todo cuando descubrió aquellos enormes ojos de color cobre observándola con un resquicio de pereza que apenas llegaba a notarse entre todo aquel brillo cegador que bañaba su mirada contenta.

-Buenos días— murmuró sin apenas separar los labios, por lo que a duras penas fue capaz de paladear bien las palabras que murieron en su boca.

Natalia dudó sobre qué brillaba más en la habitación, el sol, los ojos de Alba o la sonrisa de ella, aunque finalmente se decantó por que la rubia en sí desprendía una luz impresionantemente cegadora.

Más de lo habitual.

-Buenos días, mi amor— la saludó ella, todavía un poco anonadada por la abrumante sensación de haber estado dormida.

Hasta que los dedos de la valenciana no iniciaron un leve recorrido desde su primera costilla hasta el hueso lateral de su pelvis no fue consciente de que su brazo rodeaba su cintura con soltura, y que apenas se encontraban separadas por más de cinco centímetros.

-¿Qué tal has dormido?— se preocupó en mitad de un bostezo que ahogó llevándose su mano tatuada a la boca, poniéndosele los ojitos más claritos al humedecérsele debido a ello.

Alba tardó en contestar, permaneciendo demasiado ensimismada en los labios agrietados de la pelinegra, pero cuando la iluminación ocular de sus soles oliva impactaron contra su legañosa mirada la sonrisa de su boca se ensanchó hasta alcanzar sus propios ojos, estrechándolos hasta el punto de parecer achinados.

-Bien, bien— repitió mientras se removía en la cama y se acercaba hasta respirar sobre su nariz—, ¿y tú?— ronroneó pegando su cuerpo completamente al suyo, por lo que disfrutó de su cercanía con una sonrisa bobalicona e inconsciente en la cara.

Salió en carcajadas cuando la menor en tamaño se revolcó entre el calor plural de las sábanas para alejar el frío que se había pegado a su cuerpo desde que la más alta se había despertado.

-Perfectamente— susurró debido a la distancia que había cerrado la rubia al pegar sus labios a los de Natalia para fundirlos en un pequeño beso que bien podría haberle curado cualquiera de los mil temblores que sacudieron su figura por la proximidad de Alba—. Mmmh... qué contenta te has despertado, ¿no?— musitó todavía contra su boca, ahogando un jadeo cuando la otra se subió encima suyo a horcajadas y embestía su lengua con la suya propia.

Vaya, sí que le había sentado bien descansar tantas horas.

-Culpa tuya es— le devolvió la otra sin abandonar la humedad rasposa de su boca al tiempo que frotaba su sexo contra la pelvis de la morena—, estoy deseando tocarte de nuevo...— rugió provocando así una sacudida palpitante entre las piernas de Natalia.

Dios, Alba Reche.

Comprendía y entendía a la perfección que después del logro de la noche anterior Alba quisiera explorar aquel terreno, descubrirse a sí misma de esa forma, pero no confiaba demasiado en lanzarse de un modo tan despreocupado.

Puede que pareciera haber superado su fobia, pero eso no significaba que su temor no pudiera atacar de nuevo, así que prefería ir despacio y con sumo cuidado, trazando el boceto de su cura hasta que quedara perfectamente delineado, sin ningún tipo de discontinuidad en las líneas que lo formaban.

Rapport // AlbaliaWhere stories live. Discover now