LI. Roma

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Capítulo adelantado como regalito de navidad, felices fiestas a todas!💖

Cuando cruzó la puerta del chalet de playa todo estaba en silencio. Un silencio sordo que se le instauró en el pecho de una forma que llegó a rasgarle el alma de manera que el miedo le impidiera dar algún paso más, quedándose parada en la puerta por esa razón.

Aquel lugar al que no había ido en días estaba lleno de recuerdos que le abrasaban la piel con devastación, recuerdos que le oprimían el alma y reducían su sentido de la razón a cenizas y en los que no se quería centrar lo suficiente.

El dolor era insoportable.

Había vuelto.

Había vuelto pero solo y únicamente porque la morena se había dignado a enviarle un mensaje en el que le informaba de que ya había abandonado la casa, mensaje el cual ella sí que no se había molestado en responder, el visto le serviría como señal de que lo había leído.

-Hola, mi amor— murmuró agachándose cuando su perro corrió hacia ella después de días sin verla, rodeándolo con sus delgados brazos en el acto y aceptando los lametones felices que el animal propició sobre su apesadumbrado rostro—. Espero que Natalia no te haya malcriado mucho estos días...

Seguro que se había hartado de darle chocolate. A ella le encantaba consentirlo de vez en cuando, a sus espaldas, o eso se creía ella, porque verdaderamente sí que se percataba de ello.

Lo primero que hizo fue pasearse por toda la estancia y observar las diferencias que encontraba en toda la casa desde la marcha de la pelinegra. La estantería de libros ahora vacía fue la primera estocada al corazón que recibió, seguida de la falta de su ropa en el armario o la Nintendo Switch debajo de la televisión del salón.

Pero qué más daba ya, ahora estaba todo en correcto orden, ¿no? Como debía de ser.

Pero, de ser así... ¿Por qué se sentía como todo lo contrario?

No quería pensarlo demasiado, ya le había dado las suficientes vueltas durante su estancia en casa de su mejor amigo y la conclusión a la que siempre llegaba no le gustaba una reverenda mierda.

Miró al pastor alemán, que se había sentado a sus pies con las orejas agachadas y el rabo quieto, esbozando una mirada triste que le transmitió muchas cosas. Se agachó para acariciarle su peluda cabeza y en un murmullo le dijo:

-Tú también la echas de menos, ¿no?

Suspiró y decidió que lo mejor sería tomar una ducha caliente, con suerte el vapor del agua podría relajarla hasta el punto de borrar los recuerdos de su memoria. No pudo evitar esbozar una sonrisa amarga, cuanta fe tenía.

A Alba siempre le había gustado llevarse largo tiempo sumergida en el agua caliente, hasta que su nívea piel no pudiera arrugarse más y se viera forzada a abandonar el baño. Aquella vez fue distinto, se mantuvo allí sumida en sus pensamientos hasta que empezó a notar el frío en el líquido por haberse enfriado.

Sólo entonces abandonó la bañera.

En toalla e impregnando el suelo por el que pasaba de abundante agua procedente de sus pies, caminó hasta el dormitorio, antes tan cálido y ahora tan lúgubre. Rebuscó entre su ropa del armario y dio con algo que le hizo fruncir el ceño.

Una sudadera de color gris con el logotipo de la universidad a la que asistía la morena de metro ochenta que hasta hace relativamente tan poco tiempo había sido su fiel compañera en prácticamente todo. Sin pensarlo, se la llevó a la nariz y aspiró profundamente.

Impregnándose de recuerdos.

Impregnándose de sentimientos.

Impregnándose de una conciencia que se empeñaba en negar ver.

Rapport // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora