XIX. Querer a un ángel

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La intensidad que bañaba los oscuros ojos de Natalia la taladraron a tan sólo la distancia de unos pasos cortos. Tragó la saliva con dureza y pudo reconocer el leve movimiento que hicieron sus pupilas al descender para seguir el desplazamiento de su laringe.

-¿Me estás diciendo... que tengo que enfrentar mi miedo de cara?

-Es otra manera de decirlo— asintió la pelinegra—, pero no de golpe, cariño, así no conseguiríamos nada, sólo más ataques de ansiedad— se acercó mucho más, hasta que la punta de sus pies descalzos rozó los suyos—. Hay que exponerte a ello poco a poco, lentamente...

Alba parpadeó procesando las palabras de la otra muchacha. ¿Pero cómo pretendía Natalia hacer eso? ¿Con quién iba a hacerlo? ¿Y cómo iba ella a ayudarla entonces? Terminó por bufar frustrada, llevándose las manos a la cara para frotársela con fuerza.

Cada vez veía más imposible el hecho de llegar a ser una persona normal en algún momento de su vida, veía más negra las posibilidades de superar esa fobia de mierda y se sintió alicaída de repente.

Ni siquiera sabía para qué se ilusionaba.

-Eh, Alba— musitó la navarra agarrándola por el cuello y subiéndole el mentón con los pulgares—. ¿Qué pasa?

Suspiró y dejó escapar el aire muy despacio antes de responder.

-Que cada vez veo más improbable poder ser una persona normal— huyendo de su mirada.

-Escúchame— demando de una forma extremadamente exigente de repente, obligándola a mirarla—, te prometí que voy a sacarte de ahí, ¿recuerdas?— preguntó a lo que Alba asintió muy lentamente— Tienes la mala suerte de que nunca rompo una promesa— sonrió con dulzura, haciendo temblar sus comisuras apunto de rendirse para sonreír ella también—, y que soy muy cabezota.

Se le escapó una risa nasal al mismo tiempo que desviaba la vista hacia la derecha.

-Pero tengo que hacerte una pregunta muy seria— volvió a hablar la más alta encontrándose de frente con su interés de nuevo—. ¿Confías en mí, Alba?

No le costó responder a su pregunta.

-Sí— dijo casi automáticamente.

-Pues te voy a explicar mi plan— empezó Natalia iniciando unas sutiles caricias en la suave y nívea piel de su cuello buscando relajarla y, por supuesto, consiguiéndolo—, pero te advierto desde ya que quizá no vaya a ser muy de tu agrado.

-Suéltalo de una vez, Nat— le pidió cerrando los ojos y gimiendo en silencio sin poder evitarlo con la voz muy ronca.

La morena tragó saliva con dureza.

-Vale. ¿Serías capaz de dejar que sea yo— enfatizó el pronombre— quien te exponga a ello?

Tardó en entender a lo que su compañera se refería, pero cuando lo hizo, sus ojos se abrieron en grande y se clavaron en el rostro de la pamplonica, que permanecía impasible a la espera de su respuesta.

-¿Qué...? ¿Quieres...? ¿Qué...? ¿Quieres decir que...? ¿Que tú y yo...?

-Sí, Alba, que tú y yo follemos— aclaró absteniéndose a rodar los ojos ante sus balbuceos—. O lo intentemos hasta que lo consigas— meneó la cabeza—. ¿Serías capaz de dejarme curarte?

No supo que decir. Su cabeza estaba en mitad de un cortocircuito del que parecía no ser capaz de escapar. Se había quedado estancada en el "que tú y yo follemos" y de ahí parecía no poder procesar nada más.

La paciencia de Natalia podía ser catalogada como infinita cuando se trataba de Alba.

-Sí— murmuró tan bajo que la otra casi ni llega a oírla.

Rapport // AlbaliaWhere stories live. Discover now