XL. El Rey León

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Desde lo ocurrido en el sofá aquella noche de domingo, Natalia parecía haber reforzado las barreras que dejó caer en ese momento. Llevaba toda la semana estableciendo una distancia, a su parecer, innecesaria, pues después de verla tan rota entre sus brazos no había vuelto a presionarla con el tema.

Ni siquiera se atrevía a permanecer a una distancia inferior a dos metros de su lado, cosa que la entristecía y la cabreaba a partes iguales, pero debía respetar su espacio a toda costa y es lo que pensaba hacer, era lo mínimo que se merecía.

-¿No nos dejamos nada?— se preocupó la morena volviendo a revisar el equipaje en la entrada y dando un paseo por las habitaciones con actitud nerviosa— Es que seguro que nos dejamos algo y cuando cojamos el avión nos acordamos, es que me lo estoy viendo venir...

Sonrió sin poder evitarlo bajo la exageración de la más alta.

Ese día estaba más guapa de lo normal, con su pelo azabache habitualmente despeinado, los aros dorados decorando sus orejas picudas, las mejillas sonrojadas por el frío, y los labios secos y agrietados por la misma razón.

Era preciosa.

Encima la sudadera negra que llevaba no podía sentarle mejor. Que nunca dejara de vestirse de ese color, por el amor de dios.

-¡Alba!— exclamó al notar su evidente tranquilidad en la entrada, sacando a relucir su acento pamplonica más arraigado— ¡Quieres dejar de mirarme con esa cara de boba y ayudarme a revisar que no falte nada!

Su sonrisa incrementó, terminando por romper en carcajadas.

-¿Quieres dejar de darle tantas vueltas?— musitó cuando se acercó a su lado y la agarró de las muñecas con suavidad— No nos dejamos nada, y si es así ya lo compraremos allí— señaló tirando de ella hacia la salida de la casa—. Lo más importante, que son los pasaportes y las maletas, lo llevamos, así que vámonos que el del taxi estará desesperado ahí fuera— serpenteó los dedos lentamente hasta tomarla con ternura de las manos y de la misma forma plantar un beso dulce sobre sus palmas.

La intensidad de su mirada la acogió tras aquel gesto, pero duró poco tiempo, pues pronto apartó la vista en un suspiro cargado de muchas emociones que la pequeña desconocía en exceso. Tras ello, agarró las maletas y las subió al coche que ya llevaba un total de diez minutos esperando en la acera de enfrente.

-Buenos días— saludaron al hombre cuarentón que no dejaba de mover el dedo contra el volante en una clara señal de impaciencia.

No obstante, una sonrisa se abrió paso entre sus duras facciones antes de que las saludara con una educación que ambas agradecieron en silencio. El viaje hasta el aeropuerto fue silencioso en general, únicamente intercambiaron un par de frases que acompañaron a la música folclórica que se escuchaba de fondo.

-¿Estás nerviosa?— carcajeó Alba cuando ya estaban en el avión al divisar la inquietud que parecía cagar el cuerpo de la morena, quien no cesaba de mover la pierna frenéticamente a su lado— Estás nerviosa— afirmó sin necesidad de que la otra le respondiera.

Sólo le faltaba ponerse a morderse las uñas.

Natalia le había contado que nunca había subido en avión, que cuando sus padres estaban con ella viajaban mucho, pero siempre en coche o mediante trenes, así que no le supuso una dificultad tan grande adivinar el motivo de su imperioso nerviosismo.

-No— negó inmediatamente, pero su lenguaje corporal la delataba por completo.

-Que no pasa nada, Nat— intentó tranquilizarla aún así—. Sólo vas a notar cosquillitas al despegar y nada más, además es un viaje corto, en menos de dos horas estaremos en Madrid— le sonrió tomando su mano y dejando un pequeño apretón en ella que le arrancó una pequeña sonrisa a la más alta.

Rapport // AlbaliaWhere stories live. Discover now