XII. La noche como testigo

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El lunes por la tarde, antes de irse a trabajar, quedó con Olivia. Necesitaba relajarse, quitarse estrés de encima, ¿y qué mejor forma que con un buen polvo? Pero su inminente preocupación no le permitió concentrarse al cien por cien en ello y eso su amante, por desgracia, lo notó.

-Eh, Natalia, ¿qué pasa?— se deslizó hacia un lado de la cama, enfocando sus ojos verdes en ella.

La pelinegra del pelo corto bufó frustrada. No dejaba de darle vueltas al tema de Alba, sentía que le era necesario ayudarla con ello desde que lo había descubierto, por eso últimamente solo pensaba en ello y en posibles formas de hacerle sanar semejante herida.

-Lo siento, Liv, es que hay algo que me preocupa y no puedo dejar de pensar en eso— se disculpó llevándose las manos al rostro en un intento por alejar el nubarrón de frustración que la acompañaba.

Sin apartar las suyas de su cara, sintió las manos de Olivia deslizarse por sus abdominales en forma de caricias que le resultaron muy reconfortantes, igual que el beso que la otra muchacha depositó sobre su clavícula.

-¿Qué te pasa?— susurró ella sin despegar los labios de allí— Sabes que a mí puedes contarme lo que sea.

-Es que... es complicado— trató de explicarle—. No puedo contártelo porque no es un problema mío— bajó la cabeza para mirarla desde arriba—, es algo que le pasa a una amiga mía y quiero ayudarla.

La otra pelinegra asintió comprendiendo antes de dedicarle una sonrisa dulce.

-Vale, ¿pero por qué le das tantas vueltas? Quiero decir, que quieras ayudarla está muy bien, no te martirices tanto con eso, cariño.

-Ya, pero, ¿y si no funciona?

Su repentina inseguridad provocó que su amante levantara una de sus perfectas cejas en señal de escepticismo. Natalia le enseñó los dientes en una sonrisa nerviosa que la otra se comió en un beso tierno, muy alejado de lo sexual.

-Eres Natalia Lacunza, cariño— le hizo ver a escasos centímetros de su rostro, sin despegar esos ojos esmeralda de los suyos—, claro que va a funcionar, y si no funciona, se te acabará ocurriendo otra cosa con la que sí— la animó—. Eres buena en todo lo que haces, ¿o ya no te acuerdas?

La sonrisa pícara que agregó a esa última sentencia le dejó claro que la había acompañado de unas segundas intenciones bastante sugerentes.

-Eres la mejor— confesó con una sonrisa dulce que derritió a su compañera.

No obstante, tras admirar la lujuria que bailaba en las pupilas de la catalana, su propia mirada se oscureció, arrasando su anatomía con un deseo incandescente que terminó por latir en su entrepierna, empeorando en cuanto Olivia se deslizó hasta quedar estirada encima suyo.

-Y ahora... —ronroneó sobre su oreja— ¿Por qué no te relajas y te concentras en... mí?— susurró al mismo tiempo que se iba deslizando hacia la zona sur de su cuerpo, hasta perder de vista la cabeza entre las piernas de la navarra.

Así fue como consiguió hacerle olvidar sus preocupaciones, transformándolas en orgasmos arrasadores que terminaron por sofocar el deseo de Natalia.

***

Por la noche, en el bar, una entrada sorprendió tanto a María como a Natalia.

-Pero bueno, ¿qué hacen aquí mis madres? —preguntó la madrileña mientras dejaba de secar unos vasos detrás de la barra.

Alba y Sabela compartieron una mirada antes de que la atolondrada de su amiga volviera a acaparar toda su atención.

-Hemos venido a ver qué tal te va en tu nuevo trabajo— respondió la gallega, acercándose a la barra para sentarse en uno de los taburetes que la presidían, la pequeña la siguió haciendo lo propio—. Hola, Natalia, ¿qué tal?— la saludó ahora a ella con una sonrisa.

Rapport // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora