XXXIV. Jugando con fuego

24K 1K 642
                                    

Aminoró la velocidad a medida que se iba acercando a la puerta del garaje del chalet de playa hasta detenerse en frente de la misma para poder pulsar el botón que le abriría de forma automática la cancela de metal.

De esa forma, ingresó el vehículo en el estacionamiento, en donde se deshizo del casco y pasó a dirigirse hasta la puerta de entrada, esperando matar el tiempo junto a su compañera de hogar antes de que llegaran sus hermanos.

-¿Alba?— la llamó con su acento acariciándole el tono— ¿Dónde estás, Alba?

Se extrañó al no recibir respuesta, así que con el ceño fruncido dejó el casco de la moto a un lado y se asomó en la cocina encontrándola vacía y en silencio. ¿Dónde estaba? Quizás todavía no habría llegado a casa, pero entonces no le habría enviado aquel mensaje en donde le comunicaba haber terminado los presupuestos que debía hacer.

No le costó dar con ella, sin embargo, y sonrió con ternura al advertir la pequeñez que la rodeaba allí tumbada, hecha una pequeña bolita en una esquina del sofá, con los ojos cerrados y el rostro sereno de paz.

Era tan adorable.

No la había sorprendido al encontrarse dormida, con el perro a sus pies haciéndole compañía y una mano sobresaliendo del colchón, cayendo grácilmente hacia abajo, rozando sin pretenderlo las peludas orejas picudas del pastor alemán. Así que se deslizó al otro lado del sillón muy lentamente, sin querer despertarla.

No obstante, la suerte no estuvo de su lado cuando, sin quererlo, pisó la cola de Kion, por lo que el animal soltó un ladrido agudo tan fuerte como la pena que sintió ella al percatarse de lo que había pasado, retirando el pie tan rápido que llegó a perder el equilibrio cayendo de bruces al suelo.

Como era de esperar, el ruido terminó por despertar a la pequeña, que se incorporó con un semblante triste mientras se frotaba un ojo con el puño cerrado.

-¿Nat?— su voz sonó acongojada, como si hubiera estado llorando, y eso la alarmó.

Se levantó del suelo, recuperando la altura en el proceso y trastabilló hasta tomar asiento a su lado, haciendo a un lado las disculpas que tenía planeadas dedicarle al perro cuando la pequeña absorbió toda su atención.

Las cejas de Alba se encontraban levemente fruncidas, sin llegar a arrugar el entrecejo, acompañando el enrojecimiento que vestía sus enormes ojos hinchados— habitualmente alegres—, y, sin recrearse en mucho más, su labio inferior sobresalía con un puchero que le caló el alma, como la tristeza de la lluvia que se adhiere a los tejados en un día apenadamente nublado.

¿Y ese desconsuelo teñido en su cara?

-Albi, ¿qué pasa?— le preguntó con dolor, pegándose a ella en el sofá y recibiendo con los brazos abiertos su cuerpo cuando se abalanzó encimas suya en busca de cariño.

Gimoteó como una niña pequeña contra el calor de su cuello, en donde se había escondido para no mirarle al rostro, huyendo de la pesadez que lo había caracterizado desde que Natalia había clavado el dolor de su mirada en ella.

-¿Albi?— volvió a llamarla al no recibir respuesta.

La del septum suspiró no comprendiendo esa reacción, sólo pudo rodearla con la tinta que marcaba sus brazos largos y besó su cabeza sin detener el paseo de sus pulgares suaves contra la espalda de la pequeña, buscando relajarla y consiguiéndolo, o al menos eso le indicaba su respiración parsimoniosa.

-Nada, Nat— musitó con tono decaído cuando armó el suficiente valor para huir de su escondite—, es que he estado hablando con mi hermana y la echo mucho de menos, me he puesto un poco tonta.

Rapport // AlbaliaWhere stories live. Discover now