XVII. Mil y una preocupaciones

19.5K 914 800
                                    

Menta. Terciopelo. Frescor. Pétalos. Hierbabuena. Seda.

Una explosión de todo junto fue lo que paladeó nada más acariciar los labios de Natalia con los suyos en un roce lento y húmedo que la dejó tiritando.

Y a pesar de que sólo fue una caricia, la sensación que estalló y perduró recorriendo todo su cuerpo terminó por hacer que le temblaran las piernas. Si no llega a ser porque estaba prácticamente encajada encima de la pelvis de la pelinegra, habría caído de bruces al suelo.

Se separó tan sólo unos centímetros, embriagada todavía por lo que le producía la cercanía de aquella morena, y la miró a los ojos, descubriendo un destello de algo que no pudo identificar pero que se entremezclaba con la negrura de sus pupilas dilatadas, haciendo desaparecer por completo sus iris castaños y pareciendo que tenía dos esferas negras en su lugar.

Por eso, cuando la otra se incorporó levemente para atacar su boca de una forma mucho más profunda, no lo vio venir. Sin embargo, supo corresponder perfectamente y adaptarse a la sorpresa que le supuso el encuentro de sus dos bocas unidas.

Natalia se terminó de incorporar en el sofá en cuanto los labios de la rubia comenzaron a moverse a la par de los suyos, terminando sentada con el cuerpo de la pequeña a horcajadas encima del suyo, con los pies unidos justo detrás de su culo. Trasladó sus grandes manos a la cintura de Alba y se inclinó hacia delante, buscando más cercanía entre sus cuerpos.

La valenciana se agarró a la nuca de la pelinegra, perdiendo los dedos entre las cortas hebras azabache que poblaban su nuca, completamente perdida en el sabor de una boca que estaba empezando a conocer.

Se atrevió a colar la lengua en un momento en que la navarra entreabrió la boca para dar un nuevo beso, haciéndola gemir contra ella en un sonido ahogado que se perdió entre sus labios hinchados.

Y Aba se volvió loca.

Sin siquiera darse cuenta, comenzó a mecer sus caderas contra la pelvis de la morena, mientras sus lenguas no dejaban de abrazarse con brío. Lo que había empezado como un tímido roce había acabado por estallar dejando salir todo el hambre acumulada de forma mutua.

Recorrió entre jadeos cada recoveco de aquella recóndita boca con la lengua sintiendo su corazón palpitar con demasiada fuerza contra su pecho, excitado por todo lo que ese beso le estaba provocando.

Al momento en que Natalia se detuvo para mordisquear su labio inferior y tirar de él arrancándole un leve gemido ronco, la consciencia le cayó encima en forma de relámpago mental, abriéndose paso en su cabeza y sólo consiguiendo inquietarla.

Y se separó con brusquedad, empujando los hombros de la morena para apartarla de ella.

¿Qué coño estaba haciendo? Alba, que era Natalia, una chica, la cual además era su amiga. Joder, ¿en qué mierdas estaba pensando? ¿Qué eran esas irrefrenables ganas de continuar besándola hasta el cansancio? ¿Por qué le parecía insuficiente?

-Perdona, Natalia...— se disculpó huyendo de su mirada, negándose a identificar lo que reflejaban los ojos de aquella muchacha— Yo... No quería... Yo... Lo siento...

Balbuceó sintiéndose idiota, así que se levantó de encima suyo y salió del salón prácticamente corriendo hasta encerrarse en la habitación, donde una vez sola pudo organizar sus pensamientos.

No entendía qué había pasado. No entendía qué la había empujado tan ciegamente a hacer semejante locura. ¿Qué le estaba haciendo Natalia? Joder, estaba muy frustrada, no entendía nada.

Nunca le había gustado una chica. Jamás. Ni siquiera se había interesado en observar más allá a alguna como sí lo había hecho con los chicos, entonces, ¿por qué con Natalia era diferente? Bufó frustrada y se llevó las manos a la cabeza, sin dejar de dar vueltas en el cuarto como un león enjaulado.

Rapport // AlbaliaWhere stories live. Discover now