XXXVI. Enseñarte que no te equivocas

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Apenas había tocado la cerveza que le había entregado su amiga hacía ya una hora, cuando había llegado. Sólo la había visto darle unos tres sorbos, y estaba totalmente segura de que, como mucho, le habría dado uno más que se le había escapado a sus ojos.

A pesar de que la rubia a su lado no le había soltado la mano desde que habían ocupado lugar en aquel mullido sofá que presidía el salón arcaico de María, sus ojos no se habían dirigido hacia ella en ningún momento, parecía estar realmente interesada en la conversación que mantenían a su alrededor.

Y es que, desde que pisaron la alfombra de aquella habitación, el tema no había sido otro que discutir qué sexo era mejor, si con chicos o con chicas. Olivia, Julia y Sabela apoyaban el lado femenino, mientras que la Mari, Marta y Alicia se decantaban por el masculino.

Ella prefería no opinar, aunque su preferencia, casi de forma instintiva, se inclinaba por las chicas. Siempre había pensado que entre mujeres se entendían mejor, y no iba a cambiar de opinión. Sin embargo, no le apetecía demasiado entrar al debate, los dedos de cierta rubia y sus caricias en el dorso de su mano era algo mucho más tentador.

-Eso es porque no has estado con una tía en tu vida, pelirroja— atacó Liv antes de darle un largo trago a su cerveza.

Y era verdad, Alicia nunca había tenido sexo con una mujer, había besado a unas tantas, sí, pero jamás había llegado a intimar con ninguna. Supo, por el rojo que tiñó sus orejas pálidas, que el comentario de la catalana le había hecho tocar fondo, pero terminó ignorándola, como llevaba haciendo prácticamente desde que se enteró de lo de Adrià.

Con el muchacho también estaba algo tirante, aunque el catalán era tan corto de mente que ni lo había notado.

Vio cómo la de los ojos verdes endurecía el gesto y no retiraba su mirada esmeralda de su mejor amiga al sentir el poco caso que le prestaba la del septum plateado.

-A ver, es que yo soy hetero— aportó Marta tras crujirse los dedos—, tampoco puedo hablar demasiado.

-No hay nada mejor que una buena comida de coño de una tía— se echó hacia detrás la gaditana, inclinando su cuerpo hasta que su espalda rozó la suavidad el respaldo—, creédme cuando os digo que las tías sabemos lo que hacemos— le dio la mano a Sabela, que se sonrojó sin poder evitarlo ante la transparencia de su novia—. Eso sí, como mi gallega no me lo ha hecho nadie.

La susodicha abrió los ojos como platos, tirando de la mano de su chica, que se reía observando la pequeñez que estaba mostrando esta misma, antes de inclinarse hacia ella para dejar un suave beso sobre su mejilla colorada.

-Pero si tú sólo has estado con Sabela, qué me estás contando, payasa— arremetió la Mari con aspavientos, que ya llevaba una cuenta mucho más avanzada de cervezas que las demás presentes.

Alba permanecía en silencio, pero de vez en cuando se removía en el sitio en un clara señal de tensión que captó la atención de la más alta en menos de lo que podría considerarse normal.

-¿Qué te pasa, peque?— le susurró inclinándose hacia delante con toda la intención de aspirar su habitual olor a canela. Le encantaba, era como un puto afrodisíaco que se agarraba a su piel y no la soltaba.

Aunque tampoco quería que la soltara.

-Nada— murmuró de forma tan imperceptible que apenas llegó a escucharla, casi sin separar los labios al hacerlo.

Pero era evidente que sí le pasaba algo, y Natalia creía saber qué. Estaba en tensión por si a alguna de las presentes que no tenían ni idea de su fobia les daba por buscar su opinión sobre el tema, por lo que ella se mantuvo alerta, por si aquello ocurría poder salir en su auxilio.

Rapport // AlbaliaWhere stories live. Discover now