XLV. Como cada noche, como cada día

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Su respiración sobre su cuello la calmaba, muy distinta a la suya propia, que se encontraba completamente agitada y desbordada tras el orgasmo que acababa de explotar sin que pudiera controlarlo encima de sus pantalones. Se avergonzó de sí misma sólo de pensarlo, y agradeció— en parte— el hecho de que la otra estuviese drogada, ya que así no notó lo que le había pasado, podría guardárselo para sí misma.

Dios, qué vergüenza. ¿Cómo había podido pasarle eso? Alba ni siquiera la había tocado...

De pronto, notó el temblor de su risa chocar contra la misma zona con la que lo había hecho su aliento, sus labios pegándose a su cuello y ascendiendo por todo el mismo hasta desembocar en la esponjosidad de sus labios.

-Tengo grabada en la piel la sensación de tus dedos— murmuró todavía tan cerca que sus bocas se rozaron al hacerlo—, ¿qué me estás haciendo, Natalia?— de repente sus cejas se fruncieron tanto que la aflicción fue el único sentimiento que pudo notar con claridad sobre su rostro de porcelana.

Ay, pequeñita.

Con mucha cautela, salió de su interior y, después de abrocharle los pantalones perfectamente, la encerró entre sus brazos de forma que su cabeza descansaba contra los latidos frenéticos de su corazón desbocado únicamente por ella.

-¿Qué me haces tú a mí, mejor dicho?— murmuró para sí misma al tiempo que dejaba un suave beso sobre su pelo, aspirando su olor a canela en rama.

Se separó lo justo para admirar el pardo de sus soles verdosos, pero el desastre que era su boca la distrajo sin que pudiera evitarlo. Casi se ríe al verla, con todo el rojo difuminado alrededor de aquellos labios llenos, aunque pensar en que la causante de aquel desastre había sido ella la llenó de una satisfacción indescriptible.

Seguramente, ella misma no podría estar mucho mejor.

-Alba— la llamó a pesar de que la estaba mirando, todavía sosteniendo su barbilla con los pulgares—, tenemos que limpiarnos la boca o nos van a descubrir— le hizo ver en voz lo suficientemente baja como para que solo se enterara ella.

Las risas escandalosas de la rubia se hicieron notar y tuvo que besarla para acallarla. Cuando lo hizo, abandonó su boca a la espera de que dijera algo un poco coherente al menos, pero solamente permaneció absortamente embelesada mirándola.

-¿Descubrir que te has liado con la heterita de grupo?

Inmediatamente giró la cabeza en busca de aquella voz que tantas veces había escuchado gemir y que hacía unos minutos lo estaba haciendo justo al otro lado de la nevera. Encontrarse con sus ojos verdes, cargados de diversión, le supuso a ella misma de todo tipo de emociones excepto esa misma.

A su lado, una Alicia todavía con las mejillas coloreadas por la excitación, las miraba con los ojos abiertos a la par de dos platos llanos. Estaba claro que, aunque ella sí sabía lo que se traía con Alba, lo último que esperaba era encontrarlas allí, mucho menos en aquel estado.

-Liv... —murmuró con la voz aguda, por lo que se obligó a carraspear, tiempo en el que fue interrumpida por la pequeña que todavía se encontraba enredada entre sus piernas.

-¡Hola, Ali! ¡Hola, Liv!— las saludó con tono contento.

El efecto de la droga sería para largo, al no estar acostumbrada a aquel tipo de sustancias, mucho más por su pequeña estatura y haberla ingerido en lugar de fumado, pues el resultado de aquella forma era mucho mayor.

Ay, Alba.

-¿Es por ella por lo que terminaste conmigo?— continuó preguntando la catalana, sin perder su aire jocoso— ¿Ves como es verdad eso de que conviertes a las heteros, Nataliuca?

Rapport // AlbaliaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt