XXXII. Todo lo que tengo

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Aceleró sobrepasando el límite de velocidad permitido estrechando la mirada detrás del casco a la vez que se abría paso entre los dos carriles circulando en medio de las filas de coches buscando evitar el máximo tráfico posible.

Llegaba tarde a recoger a su hermana del instituto por culpa de un pinchazo en la rueda, Santi no estaba en la ciudad y en su mente sólo visualizaba la solitaria figura de su hermana esperando alicaída en las escaleras que presidían el gran edificio del instituto, donde siempre la esperaba.

Maldita rueda y maldita su suerte, debería haberla cambiado cuando el mecánico se lo advirtió, pero no queriendo gastar más dinero declinó la proposición.

Era idiota.

El olor a gasolina y rueda quemada invadieron sus pulmones casi a la fuerza en cuanto derrapó a un centímetro del borde de la acera, sus ojos no la veían y se estaba empezando a asustar.

Más de lo que ya estaba.

Se bajó del vehículo sin siquiera detenerse a revisar que estuviera bien estacionado y salió corriendo hacia los escalones donde estaba acostumbrada a esperarla, a pesar de que no existía ningún rastro o indicio de que su hermana estuviese allí.

-¡Elena!— gritó su nombre antes de acercarse a la puerta del centro educativo, en donde un señor de más de sesenta años la recibió. Era el conserje, ya lo conocía bastante— Antonio, mi hermana... la rueda... no está aquí... No... No....

El hombre se acercó hasta ella y la agarró de los hombros, asustado de la reacción que estaba adoptando.

-Chiquilla, relájate. Respira primero y después me hablas.

Natalia hizo lo que le pedía sólo y exclusivamente para poder explicarle en condiciones lo que estaba pasando.

-Se me ha pinchado la rueda de la moto y he tardado más en venir a por mi hermana. Ella me espera justo ahí— se giró para señalar el montón de escaleras que había tenido que subir para llamar a la puerta—, pero no está y no sé si por cualquier cosa está dentro del colegio.

El conserje frunció las cejas.

-En el colegio ya no hay nadie, hija, acabo de revivar todas las aulas y... ¡Niña!

Salió disparada sin necesitar escuchar nada más, en su cabeza sólo existía la necesidad de encontrar a su hermana pequeña. Todo era su culpa, por más responsable que intentara ser nunca llegaría a estar a la altura para cuidar bien de sus dos hermanos.

Pero tenía que encontrarla fuera como fuere.

Revisó uno a uno los callejones que rondaban la zona cercana al centro, ofuscándose al no dar con nada. ¿Dónde estaría? Miles de situaciones se sucedían en su cabeza y ninguna era cuanto más tranquilizadora.

Como le pasara algo no se lo iba a perdonar en la vida.

Tiró la toalla y decidió volver a su moto para buscar en otro sitio, no iba a parar hasta peinar la ciudad entera si hacía falta hasta encontrarla. No obstante, cuando ya estaba sacando el casco del asiento, una voz la sobresaltó.

Emanaba del callejón que resultaba del colegio y un bloque de edificios que se alzaba justo a su lado. Frunció el ceño confundida, ella ya había revisado la callejuela y no había rastro de nadie, aunque eso no fue motivo para que volviera a acercarse— sigilosamente en esta ocasión— sólo para descubrir una cabeza que asomaba detrás de una hilera de contenedores.

Se acercó a pasos rápidos y silenciosos.

-Venga ya, muda de mierda— un golpe contra la pared—, que he visto como me miras en clase.

Rapport // AlbaliaWhere stories live. Discover now