XXVI. Un poquito mucho

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Un cosquilleo en la  parte baja de su espalda la obligó a abrir los ojos aquella mañana de sábado, disipando la calidez del sueño en el que se había visto envuelta. No le hizo falta girar el rostro para adivinar la remitente de aquellas caricias, pero sonrió al pensarlo y dejó salir aire lentamente.

-Buenos días— su aliento le rozo el oído sintiéndola cerca hasta que cerró la distancia para plantar un beso dulce detrás de su oreja.

Entonces, se dio la vuelta encontrándose con los ojos más grandes y expresivos que había visto a lo largo de su vida a sólo unos centímetros.

-Buenos días, peque— su rostro se transformo en una mueca dulce cargada de felicidad que interrumpió con un bostezo— ¿Qué hora es?

Alba se dio la vuelta para alcanzar su móvil de la mesilla de noche en la que lo había dejado. El brillo de la pantalla le iluminó el rostro a pesar de la poca luz que entraba por las rendijas de la persiana.

-Son las once y media— ronroneó cuando estuvo a su lado de nuevo, tirándosele encima y escondiendo la cabeza en el hueco de su hombro.

-Tenemos que levantarnos, Albi— declaró cerrando los tatuajes de sus brazos alrededor de su cintura, apretándola más contra ella para dejar un pequeño beso en su pelo mientras cerraba los ojos cuando aspiró su aroma a canela—. Encima nos tenemos que duchar antes de comer.

La rubia maulló no queriendo abandonar la calidez que le generaba estar allí escondida, pero cuando los dedos de Natalia se irguieron sobre sus costados terminando por hacerle cosquillas, el brinco que dio encima del colchón la hizo abandonar la zona a una velocidad impensable.

Las carcajadas de la morena no tardaron en hacerse notar y la otra agarró un cojín para atizarle con él en la cara.

-Eres imbécil— la miró mal.

La navarra cesó su risa pero no eliminó la sonrisa de su cara antes de ponerse de rodillas en la cama para buscarla y abrazarla con cariño, asegurándose de que su rostro quedara encajado encima de su pecho.

-No te enfades, peque— le pidió en mitad de un beso que desembocó en su cuello pulcro.

Unos toques en la puerta interrumpieron la pulla que iba a lanzar la mayor en edad, a quien no le hizo falta preguntar para saber de quién se trataba. Esa forma tan rítmica de tocar la puerta sólo pertenecía a su hermana menor.

-¿Alba? ¿Natalia?— dos toques más— ¿Estáis despiertas?

La pareja se había girado en dirección a la procedencia del ruido todavía con los estómagos pegados.

-¡Sí!— respondió la navarra dándole pie a que abriera y asomara su rubia cabeza por el hueco que había dejado.

-Estoy nerviosa— les comunicó en mitad de una carcajada, contagiándole las risas  y acercándose a ellas hasta llegar al pie de la cama—. Perdonadme, pero de verdad que estoy al borde del colapso.

La morena admiró cómo Alba rodaba los ojos.

-Mini, todo va a ir de puta madre— alegó ella—. Joan estará mucho peor que tú en casa de Xavi, te lo puedo asegurar.

La noche anterior y siguiendo la tradición, el novio había huido a casa de su mejor amigo para pasar la noche previa a la boda separados. La menor de las Reche estaba que se subía por las paredes y las enormes ojeras que descansaban bajo sus cuencas eran la prueba de ello.

Seguramente no habría pegado ojo en toda la noche.

-Ay, tata— dramatizó la muchacha llevándose ambas manos al rostro—, esto es peor que la convocatoria de los exámenes de selectividad.

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