Capítulo 3: El asalto de Alejandría y Selene.

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La taberna estaba llena de hombres. que cantaban y danzaban sobre las mesas, que compartían a las prostitutas en sus piernas y derramaban los tarros de cerveza y los cálices llenos de vino dulce. Los hombres cantaban en un idioma extraño. Y eran distintos a los hombres que Selene había visto en Francia, de rostros alargados con ojos verdes y ambarinos, de barbillas fuertes con altos pómulos bien definidos. De cabelleras castañas y negras y rubio oscuro. De pieles trigueñas y narices rectas.

--¿Este es el ejército papal? —preguntó Selene.

--Eso parece. —respondió Jacques.

--por alguna razón me imaginaba a hombres más...no se santos, o algo así. —respondió Selene.

--Un hombre, es un hombre, este en donde esté Selene, y eso no cambiará. —dijo Jacques.

Sobre la barra de la taberna había un hombre joven de cabellera castaña y barba cerrada, el hombre era alto y delgado que vestía una armadura plateada brillante con un par de querubines grabados en bermellón sobre el peto. Era una armadura esplendorosa, Selene jamás había visto una de ellas antes.

El hombre tenía una bandolina en las manos y tocaba cual juglar ante la gente cantando la misma canción que sus hombres, sin embargo, su voz era profunda y bien entonada. Aquel hombre joven era capaz de robarse las miradas de todas las taberneras y prostitutas que se encontraban en el interior del establecimiento. Cuando terminó su canción el joven descendió, tres hombres se reunieron con él, dos de ellos eran hombres de mediana edad y uno de ellos era un poco más joven que Jacques.

--Mangiari e bevi i miei amici, goditi le delizie di Alessandria. —dijo aquel hombre. los soldados vitorearon ante las palabras del hombre.

--Él debe ser el que esté a cargo. —dijo Selene.

--¿Éstas segura?, parece algo joven y fiestero para guiar aun ejercito por su propia cuenta. Respondió Jacques. Selene fue la primera en reanudar su caminata, los hombres se le quedaban viendo a medida que la chica se abría paso entre las filas de hombres ebrios hacia aquel hombre.

--¿Oye, tú estás a cargo del ejército Papal? —preguntó Selene.

--Oh, hablas francés. —dijo el muchacho de la armadura brillante. —Cuando me dijeron que me reuniría con el ejercito del rey Louis de Anjou, no pensé que habría mujeres conformando las filas de los cruzados francés, con razón perdieron Tierra Santa.

--No estoy con el ejército francés. —respondió Selene.

--Fuera de aquí. —dijo uno de los hombres de mediana edad. Aquel hombre tenía la cabeza afeitada con ojos marrones, era corpulento y con semblante frio. Selene sabía por experiencia que, aquel tipo de hombre debía de haber pasado toda una vida peleando y proclive a la violencia. —Este debe ser el disfraz de prostituta más horrible que he visto. —respondió el hombre. --¿Qué clase de hombre quiere follarse a una mujer envuelta en cota de malla y armadura?

--¡Cómo te atreves vejestorio! —exclamó Jacques.

--No entiendo lo que este crio trata de decir pero estoy casi seguro que ha sido un insulto. —dijo el hombre. luego pasó a poner su mano sobre el pomo de su espada. Jacques trató de desenfundar su espada también.

--Basta los dos. Aquí en Tierra Santa todos los católicos somos amigos.—respondió el hombre que estaba a acargo. --Pietro no le prestes atención, recuerda que es el príncipe de Nápoles. Que nuestros hermanos franceses sepan que no hay mala sangre entre ellos y Roma. El hombre de mediana edad entonces se levantó y se alejó de la escena.

--Mis amigos, mi nombre es Enrico Sforza duque de Forli. Capitán general del ejército personal del Papa. ¿En que les puedo ayudar eh...?

--Selene, Selene Bardo y él es Jacques.

La Doncella de Hierro IIIWhere stories live. Discover now