Capítulo 23: El Corazón de León y William.

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La yegua de William relinchó, cuando tanto William como ella subieron la loma, apareció la ciudad. Londres, había pasado varios años desde que el joven señor había estado en la capital. Aunque París era dos veces más grande que la capital inglesa, y esta estaba mejor estructurada. Grandes puentes de madera se alzaban sobre el rio Támesis.

"¿Porque me habría mandado a llamar el rey?" se preguntó William, mientras pasaba por las calles de tierra de la ciudad. Los hombres miraban asustados a los hombres abanderados, sobre los muros de la ciudad hondeaban los estandartes de Ricardo Plantagenet. Los olores eran igual de nauseabundos que en París. Sin embargo, el alcantarillado que los romanos habían dejado instalado en la ciudad antes de irse ayudaba a disminuir los pútridos olores de los ciudadanos. "¿estará enojado porque fallé en la misión que me encomendó en Francia?" "¿Acaso porque maté a Harald Webster?" "¿Fue porque regresé a Inglaterra y no le busqué?, es mi rey después de todo, yo le juré lealtad a él y lo abandoné para regresar con mi familia."

--Mi lord. —dijo uno de los abanderados. Interrumpiendo los pensamientos de William, el joven señor lo volteó a ver de reojo, el hombre apuntaba hacia el frente. Una partida de jinetes que vestían con jubones de tela roja y dorada les habían venido a escoltar hacia La Torre de Londres, el castillo que había construido William el Conquistador y donde ahora vivía el rey Ricardo Plantagenet.

William esperaba ver a alguno de sus compañeros de unidad o alguno de sus hermanos caballeros en aquella partida de jinetes, pero ninguno de ellos llega tan siquiera al rango de caballeros, eran solo guardias de la ciudad.

--¿Lord William Lanfield? —preguntó uno de los hombres.

--Sí, soy yo. —respondió William.

--Mi nombre es David Gotah, soy capitán de la guardia de la ciudad. Se me ha instruido recibirle y escoltarle hasta el rey, por orden de Ser James Langley. —respondió el hombre al mando de la partida de jinetes. Y como era el que llevaba el estandarte de Ricardo debía ser quien estaba al mando. El hombre era un hombre feo pero los hombres tras él estaban todavía más feos. Sabía que tenían que tratarse de conscriptos de la guardia. Ricardo había hecho una jugada inteligente de deshacerse de la vieja guardia de la ciudad que le había sido leal a su padre. Así evitaría que tramaran un golpe de estado. Muchos todavía recordaban a Ricardo como el príncipe rebelde que se reveló contra su padre, como el aspirante a conquistador.

--Vale, vamos de una buena vez. —respondió William y les siguió a los jinetes hacia el castillo del rey. Los estandartes de Ricardo hondeaban en las torres y en las almenas. Cuando William miró hacia la muralla un par de hombres tiraron de las palancas para abrir el pesado rastrillo hacia el interior del castillo. William y sus abanderados entraron cabalgaron y desmontaron en el patio de armas.

Los caballerangos del castillo se fueron corriendo hacia los nuevos visitantes, y tomaron de las riatas las monturas de William y de los suyos. Los mozos de cuadra no tendrían que ser mayores a un adolecente. Escuálidos por las hambrunas y con cabelleras llenas de piojos tantos que se rascaban la cabeza constantemente. William notó a siete mujeres jóvenes en vestidos brillantes riendo y susurrando sobre los recién llegados, William podía sentir específicamente los ojos de cada una de ellas deleitándose con su porte. Mirándole la espalda y los glúteos a través de los pantalones de lana.

--Seguidme por favor mi lord, que El Rey le espera ya en la cámara de guerra. —respondió el capitán de la guardia.

William se dirigió a sus acompañantes y les dijo que esperaran en el patio de armas, los dos hombres se dirigieron al comedor a beber cerveza y hablar con las lavanderas, sirvientas y cortesanas del rey. Cuando William entró en la torre de homenaje se dio cuenta que servía a un nuevo rey. En tiempos del difunto rey Enrique, el salón del trono estaba decorado con hermosos vitrales en las ventanas con imágenes de santos y de la virgen maría. Pero Ricardo había mandado a quitarlos y poner vitrales de Guillermo el Conquistador. Y a lo largo de los muros tapices sobre la conquista del trono de Inglaterra. Ricardo estaba decidido a dar la imagen de un rey conquistador como Guillermo. Sin embargo, los olores, le recordaban mucho a William, a los castillos de Francia, esencias perfumadas de lavanda y bergamota.

La Doncella de Hierro IIIWhere stories live. Discover now