Capítulo 11: Ekaterina y William.

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"Mi primer baile formal había sido en un mes de noviembre, yo estaba asustado porque nunca antes había bailado con una mujer y tenía miedo de ser malo para eso. Era una ironía había podido vencer a todos mis maestros de esgrima en el patio de armas del castillo. Pero temía por la mirada penetrante de una mujer. Fue una suerte que, en aquel baile, El aquel entonces primer príncipe Ricardo se encontrase en aquel lugar, seguido por las jóvenes damas de la corte que le seguían de un lado a otro. El hombre que sería mi futuro rey, me dio un consejo uno que me valió para el resto de la vida. "Aprende a ser tú mismo o a creerte tus mentiras frente a ellas, porque descubrirán quien eres de una forma o de otra." A veces me pregunto si no hubiese mentido tanto, tal vez las cosas hubieras salido de diferente manera..."

William miró el mar encrespado, los cielos estaban nublados y cargados de lluvia lista para caer en cualquier momento. El sonido de las olas tranquilizaba la mente perturbada de William. El muchacho había pasado tanto tiempo al otro lado del Canal de la Mancha que su propia casa parecía más un lugar desconocido para él. Su tío y su hermano yacían muertos, su padre yacía casi mudo y su madre había envejecido tanto y tan rápidamente que parecía una completa desconocida a los ojos de William. Había cumplido todas sus promesas y aun así, se sentía vacío en el interior. Le había cumplido a Ricardo El Corazón de León su juramento de pelear hasta conseguir el trono de Inglaterra. Había cumplido su juramento con lord Beric Ursa de llevar a Allys a salvo con su familia... "Entonces ¿Qué es lo que me molesta?, ¿acaso sería que le fallé al rey con su misión de invadir Francia?... No...yo sé muy bien que es..."

--Mi lord, tenemos que regresar ya al castillo si quiere que se cocine éste ciervo hoy. —dijo uno de los guardias de su familia, un hombre alto y delgado de cabello negro corto, de rostro largo y de voz nasal. A su lado había otro guardia, un hombre regordete con largo cabello castaño y voz suave.

--Voy enseguida. —respondió William. El joven señor entonces le dio una patadita a su yegua para hacerla caminar hacia el castillo. A lo largo del camino los siervos al servicio de la casa Lanfield araban en los campos y hacían una reverencia cuando William pasaba junto a ellos. Lo sentía extraño, en Francia pasaba por la campiña abandonada con la gente temiendo de él más que reverenciándolo como el noble que era.

--Brock... ¿Cuánto le cobran de impuestos a los campesinos este año?—le preguntó William al hombre.

--Lo mismo de siempre...--dijo el hombre de cabello corto. —25% de todo lo que produzcan.

--Ha sido el mismo impuesto desde que me fui. Habrá que reducir a un cinco porciento el impuesto a la servidumbre. La primavera ya viene y eso significa cosechas más abundantes, esté pinta ser un buen año y me gustaría que los siervos se sientan más felices.—respondió William.

Era poco lo que William entendía sobre la administración de un castillo o de un condado pero había pasado los últimos siete años recorriendo los campos y había notado la precariedad con la que vivían los campesinos. Sin embargo, había visto como los soldados usualmente peleaban mejor y trabajaban mejor cuando se les subían los salarios, Tal vez no podría pagarles a los siervos, pero si podría reducirles los impuestos por su cosecha.

William entró por la puerta del castillo, y descendió del caballo, el mozo de cuadra tomó el caballo, lo desensilló y lo llevó al establo. William se retiró los guantes de jinete cuando escuchó a su madre.

--William...--le llamó la mujer. –En donde te habías metido.

--Fui al bosque a cazar un venado. —respondió William.

--¿Y que es lo que hacías tú allá afuera? Deja que los sirvientes se encarguen de cazar venados, tú lo que necesitas en enfocarte en tus deberes. Lady Ekaterina... ¿Cuánto has conversado con ella desde que llegaste?

La Doncella de Hierro IIIWhere stories live. Discover now