Capítulo 33: Chipre y Pia.

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--¡DeBois ahora!—había exclamado el hombretón al servicio de Edric Bardo, aquel hombre que le sacaba cuatro cabezas a Pia la empujó por la borda y cayó a las llameantes aguas del mar mediterráneo. Pía podía ver el fuego iluminando todo y las armas, los maderos y los cuerpos de los hombres ahogados cayendo al mismo abismo al que ella se dirigía. "Había peleado bien, había peleado bien, ya debería poder descansar" pensó Pia.

La chica cerró los ojos un momento y pudo ver una escena reconfortante, pudo ver a Ser Orlando, con la mano en el pomo de la espalda mientras miraba al mar. A su lado a los otros caballeros y al mismo Lord Eisenbach. Y luego lo recordó, la guerra, las batallas. Después de que ella hubiese sido apuñalada por Edric despertó poco después en una pequeña cueva, atrapada, con una herida sangrante, y deshidratada por el calor. En la oscuridad, Pia había pensado que sería el fin. Cuando entonces vio la silueta de Ser Orlando moviendo la pesada roca y acudiendo al rescate de Pia.

La chica entonces despertó de su trance y comenzó a nadar hacia arriba, hacia la vida, la chica se aferró de un pedazo de lastre que flotaba. Se aferró con fuerza y volvió a perder el conocimiento. Despertó nuevamente cuando llegó a la playa, y comenzó a toser, tenía todavía agua atrapada en sus pulmones. La chica tosió con fuerza y comenzó a respirar apresuradamente. Había arribado en algún punto lejos de la batalla, pero no tanto, ya que en la distancia podía ver las columnas de humo que se alzaban hacia el cielo crepuscular.

La chica se levantó y comenzó a caminar, entonces miró una nave que flotaba cerca de ellos y una barca con hombres. Pia no sabía quiénes podían ser, ¿Serían los hombres de Edric Bardo que venían a terminar el trabajo? ¿Serían los piratas de Reinaldo de Chatillon? Ninguna de las dos opciones era alentadora.

--¡Pia!—exclamó uno de los hombres. El hombre de tez morena apareció, a él si lo reconocía. "Sayub" De todos los piratas con los que Pia había tenido que convivir, Sayub era el único más o menos honorable y decente entre ellos. El hombre les dio órdenes a otros dos piratas, para que ayudaran a cargar a Pia y la metieran en la barca, luego el bote dio media vuelta y regresó a la galera de guerra. Los hombres subieron con mucho cuidado a Pia a la nave. Pia volvió a perder el conocimiento.

"En su sueño regresaba entonces al día que lo cambió todo, habían logrado reunir a 700 hombres. cuando Al Mutah Alim llegó. No había pasado más que un par de días desde que Saladino conquistó la ciudad de Jerusalén y se nombró como rey de la tierra Santa. Él ordenó sumisión de todos los reinos vasallos. Un mensajero llegó primero a Karnak, Ser Orlando había tomado control de las tierras posterior a la muerte de Lord Eisenbach. Y él no rindió el palacio ni las tierras, pero no era porque detestase a los musulmanes, él hubiera querido llegar a un acuerdo con los sarracenos, pero su honor, su inmaculado honor no le permitía tomar una decisión. Lord Eisenbach, había nombrado a su hija Ekaterina como señora absoluta de Karnak. Solo ella podía decidir el destino de sus tierras. Y Ser Orlando hubiese querido ir hacia Germania y buscarla. Pero Al Mutah Alim no llegó sólo, 5000 jinetes sarracenos cabalgaron tras ellos mientras nos enfrentamos en una batalla campal. Nadie fue perdonado, todos los caballeros al servicio de Lord Eisenbach murieron en el campo de batalla, yo también pude haber muerto, si no fuese por Ser Orlando quien recibió una flecha en la espalda por mí, Por suerte estaba usando su coraza y la flecha no lo mató. Abandonamos los dos el campo de batalla, y a Karnak la dejamos a su suerte. Estando en Europa, probablemente los hombres de armas hubieran saqueado, e incendiado el palacio y las tierras. Pero estos hombres eran Sarracenos, Al Mutah Alim, no permitió que ningún hombre inocente fuese masacrado ni ninguna mujer fuese de la religión que fuese, deshonrada, y ni una sola moneda de los arcones del palacio tomada."

Pia despertó, las sabanas cubrían su cuerpo, la chica las retiró. Y se dio cuenta que yacía desnuda debajo de ellas.

--No fue difícil quitarte la ropa sin abrir los ojos. —respondió Sayub. –Lo difícil fue tratar de volver a ponértelas. El hombre yacía sentado frente a la cama. en sus manos tenía un cuchillo arrojadizo y una piedra de amolar. El hombre entonces guardó el cuchillo en su bota y caminó hacia la Pia.

La Doncella de Hierro IIIWhere stories live. Discover now