Capítulo 10: El asedio del Cairo y Selene.

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Jacques miró sobre su hombro mientras subía al esquife junto con el resto de los hombres que irían en esa misión de infiltración. Selene levantó su mano y se despidió del muchacho mientras los demás comenzaron a remar. Selene siempre había sentido una extraña sensación cada vez que el muchacho partía y hasta hace poco no había sido capaz de entender que es lo que lo causaba. Sin embargo, una vez que Jacques desapareció de la vista de Selene la chica se dio cuenta de lo sola que se encontraba a pesar de estar rodeada de otros seis mil hombres más.

Selene no pudo dormir mucho esa noche, su preocupación por Jacques era muy fuerte. Se dio vueltas en el camastro una y otra vez. Así que finalmente se levantó y salió de su tienda. Los hombres estaban reunidos alrededor de las fogatas. Los herreros eran aquellos que madrugaban más, pues se encontraban afilando las espadas de los soldados para la batalla, los escuderos y los mozos de cuadra, limpiaban el pelaje de los caballos. Una fresca brisa procedente del rio llegó hacia la chica quien miraba sobre la duna en la que se encontraba el sol salir detrás de aquellas pirámides. Hubo una tranquila calma antes de la batalla.

Entonces se escucharon los cuernos de guerra, era hora de la batalla, los hombres en el campamento se apresuraron a apagar las fogatas y a buscar las armas, tomaban un largo escudo y espada de la pila de armas. Los arqueros sacaban de cestos llenas de flechas las necesarias para llenar sus carcajes. Los caballos relincharon cuando los mozos se los llevaron a sus jinetes.

--Doncella de Hierro. —dijo el capitán Pietro. Selene caminó hacia la tienda del hombre donde un escudero estaba ajustando los amarres del peto de su señor. Cuando Selene entró en la tienda el capitán Pietro hizo una seña con la mano para que el mozo abandonase el interior de la tienda. –Anda muchacho ve y búscame un par de guanteletes.

--¿Sí?, ¿En que le puedo ayudar Capitán Pietro? —preguntó Selene.

--Quiero disculparme con mi comportamiento con usted mi lady. Usted me salvó la vida de ese asesino, siendo que en condiciones similares yo no hubiese hecho lo mismo, para mí eso es muy noble Doncella de Hierro. Tiene mi respeto.

--Eh... ¿Gracias?

--Será un honor pelear a su lado en la batalla de hoy. Si no es mucha molestia quisiese preguntar ¿Quién le enseñó a pelear? —respondió el capitán Pietro.

--Un caballero. —respondió Selene. —El hombre más diestro con la espada que haya visto jamás. Cien hombres podrían enfrentarse a él y los cien terminarían muertos tras él

--No lo dudo. Después de haberle visto pelear ayer, estoy seguro que ha de haber sido un gran hombre. ¿Qué fue de él?—preguntó Pietro.

Selene se quedó pensativa por un momento.

--Murió. —respondió Selene.

--Es una lástima. —respondió Pietro. --Me hubiese gustado conocerle.

--Se hace tarde mi señor. Y aún me falta ponerme la armadura.—respondió Selene.

--Por supuesto, ya no le quito el tiempo. —respondió el capitán Pietro, entonces el escudero entró con un par de guanteletes brillantes, recién sacados de la forja. Selene caminó a su tienda, se puso la cota de malla y el peto. Se abrochó los guanteletes de peinó su cabellera en una trenza. Una vez que terminó de vestirse la chica fue hacia su espada. y la desenfundó, la hoja estaba mellada, y aun así podía escuchar el sonido de la piedra de amolar contra la hoja de la espada. "Si yo también me pusiese a afilar la espada también podría callar mis pensamientos como Ser William lo hacía? ¡No Selene no pienses en eso! ¡No pienses en él!, ¡Él ya está muerto!"

La Doncella de Hierro IIIWhere stories live. Discover now