Capítulo 16: Montreal y Selene.

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"De niña recordaba la lluvia repicar durante los últimos meses del verano, caer con fuerza y empapar todo lo que no estuviese bajo un techo. Edric y Yo mirábamos decepcionados e impacientes la lluvia caer, esperando a que se terminase para poder volver a salir. Y cuando nacieron Pierre y Aidee ellos continuaban esperando impacientes a que la lluvia terminara también, para también volver a salir a jugar, a veces los veía y me pregunto cómo habrían llegado a ser ese par de niños, Pierre llegaría a ser como Edric, fuerte, diligente y confiable, y Aidee cómo yo, con una cabeza soñadora e ilusionada con una vida de viajes y aventuras. Y así me recordé y preguntándome ¿cuánto tiempo habría pasado desde que había vuelto a pensar en ellos?"

La lluvia continuaba repicando ese día también. por suerte Selene estaba en el interior de su tienda de mando. La chica tenía en su regazó tenía la espada y en su mano derecha una piedra de amolar. Cada vez que Selene se sentía nerviosa o aburrida tomaba la piedra y afilaba su espada, había comenzado sentir cierta calma en el sonido blanco de raspar el metal con la piedra porosa.

Entonces entró Jacques empapado de pies a la cabeza. El muchacho pasó a quitarse la capucha que derramaba chorros de agua de sus pliegues en la alfombra de la tienda. El muchacho luego pasó a sacudirse la cabeza como un perro. meneándola de un lado a otro.

--¡Por Dios Jacques! —exclamó Selene. —No tenías que salir en medio de la lluvia. Mírate, ven déjame ayudarte a quitarte esas ropas húmedas o te enfermarás.

--Quería ser el primero en ver tu rostro cuando vieras tu nuevo estandarte. —respondió Jacques y luego sacó del interior de su capa un rollo de tela. Caminaron a la mesa donde le muchacho hizo a un lado las viandas que le habían puesto a Selene y el muchacho desenrolló la bandera.

Una larga bandera vertical de color escarlata con una luna de plata y una espada, seis gotas de aguas divididas en dos grupos de tres decoraban cada lado de la espada y la luna. Era la primera vez que Selene le prestaba atención a un estandarte, pero había empezado a ver por qué razón había tantos de ellos en el campo de batalla.

--Es hermoso. —respondió la chica mientras pasaba con dos dedos la superficie acolchonada del estandarte. Cada parte del estandarte estaba en armonía, no buscaba ser hiriente como los leones rugiendo, pues este tenía a la luna bella, luminosa y alta en el cielo, sin embargo, a diferencia de la inocencia de la luna, el estandarte de Selene tenía una espada desenvainada, mostrando la fuerza de su viaje, y la lluvia como su posición cómo mujer santa.

--El duque Enrico, el Sultán Hairam y Ambra querían poner simplemente la luna y las lluvias, pero yo les dije que tenían que poner una espada, has pasado por más campos de batalla que la mayoría de esos hombres, por esa razón debías tener una espada en tu estandarte. —Respondió el muchacho.

--Es lo que más me gusta de todo el estandarte. —respondió Selene.

--Bien, porque ya están cosiendo los demás. —respondió el muchacho.

--¿Cuántos más?

--Al menos unos treinta más. —dijo Jacques. —No sé, Ambra es quien se está encargando de eso. También ya están forjando tu nueva armadura. Y espada...—dijo el muchacho.

Selene entonces miró a su armadura montada en la esquina de la tienda de mando, la armadura había sido dada por la duquesa Geneve y había sido hecha para un muchacho, no para ella. Jamás había tenido una armadura hecha a su medida, pero tampoco había tenido un vestido hecho a su medida.

--¿No estaremos yendo un poco rápido? —preguntó Selene. —Mi intención no era la de guiar un ejército para liberar Tierra Santa. Nada de esto parece creíble,

La Doncella de Hierro IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora