Capítulo 31: Pia y Edric.

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El amanecer había llegado más temprano ese día, y un ligero viento infló las velas de las 56 galeras que Edric había logrado reunir en el tiempo que tenía, el muchacho se desfilaba por la cubierta de su barco insignia. Llevaba ropas de tela ligera y una armadura de láminas de cobre, dignas de un sultán sarraceno. En su cinto un sable curvo, pues las cimitarras se le hacían excesivamente estorbosas. A su lado estaba De Bois, el hombretón continuaba usando su armadura de cruzado, solamente habiendo adaptado la luna creciente eclipsando la cruz. Tal como en las velas de los navíos de la flota. En la proa estaba Tala, la mujer tenía un conjunto de armadura de cuero endurecido y reforzado con láminas de bronce como protección en el torso. La chica se encontraba feliz, "pobre ingenua" pensó Edric. "No sabe todavía lo cruel de la guerra" Entonces el contramaestre de la nave dejó el timón y levantó sus manos en oración. Todos los hombres en la cubierta tanto de la nave de Edric, cómo de todas las galeras a su alrededor se arrodillaron en posición al Este y comenzaron a orar.

El cántico oratorio de los sarracenos le provocaba cierta calma a Edric antes de la batalla. Las diferentes variaciones entre los tonos de los hombres, le recordaba a Edric el sonido del oleaje y sus nervios disminuyeron. Cuando terminaron su cántico los hombres volvieron a sus posiciones previas. Edric miró por el catalejo que el capitán del barco tenía, observó la costa, en ella pudo ver un considerable ejército marchando hacia la ciudad de Escalón. El ejército era encabezado por una mujer en armadura; desde el yelmo en la cabeza con visor hasta el peto finamente grabado y las intrincadas molduras de las grebas, hombreras y guanteletes. Era una armadura muy fina y por lo tanto muy valiosa, tal vez digna de una noble con gran influencia.

--¿Qué ves? —le preguntó DeBois a Edric. El muchacho le pasó el catalejo a DeBois. --¿Un ejército enemigo?

--No creo que sea enemigo, ve sus tropas. Aunque el grueso de sus tropas es de musulmanes y cristianos, puedes ver una milicia de hombres judíos. —respondió Edric. –Probablemente sea el ejército de mercenarios. Puede que sean los hombres al servicio de Hairam Balik, sería una buena estrategia buscar un reino que sirva como escudo en una probable confrontación entre el Rey Saladino de Jerusalén y el sultán Hairam de Egipto.

--No tenemos suficientes hombres para acabar con los dos. —respondió DeBois.

--No acabaremos con los dos, nos encargaremos de los piratas y solo de los piratas, Si Hairam Balik quiere Escalón que se quede con la ciudad.

--¿Y tú invento? La vela que hiciste instalar en todas las naves y los cañones de fuego... ¿funcionarán? —preguntó DeBois.

--Yo no los inventé, simplemente tomé los diseños que el viejo Eisenbach basó de los pergaminos romanos que tenía en su biblioteca. El viejo Eisenbach habrá sido un pobre tonto que se creía un Marco Aurelio, pero tenía buenas ideas. Como la construcción de una flota. La tercera vela hizo los barcos de los romanos los más rápidos de todo el mediterráneo y los cañones de fuego hizo a los brulotes el terror de los persas y egipcios durante las guerras púnicas.

--¿Desde cuándo sabes de historia? —le preguntó DeBois.

--Desde que se volvió indispensable resolver los problemas de estos piratas. —respondió Edric.

Amid subió rápidamente la cubierta.

--¡Mi señor Edric! —respondió el joven mameluco.

--¿Qué ocurre Amid? —le preguntó Edric.

--Al frente, las galeras de guerra, por las velas son los mismos que atacaron Karnak. —respondió Amid.

--Bien. —respondió Edric. —Suena las cornetas de guerra. Que todos tomen sus posiciones.

La Doncella de Hierro IIIWhere stories live. Discover now