Capítulo 17: La Promesa y William.

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--William Lanfield, ¿Tomas a esta mujer como tú esposa, en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte los separe? —preguntó el Obispo un hombre viejo que vestía con una túnica blanca de tela fina. De rostro redondo, calvo y con ojos azules redondos.

--Acepto. –respondió William.

--Y tú Ekaterina Eisenbach, ¿Aceptas a William Lanfield, como tu señor esposo, en la salud y la enfermedad, en las buenas y en las malas, hasta que la muerte los separe? —volvió a preguntar el obispo.

--Acepto. —respondió Ekaterina Eisenbach.

--Por el poder envestido en mí por Dios, yo los declaro, marido y mujer. —anunció el hombre levantando las manos al cielo. —Ya puede besar a la novia.

William se acercó a Ekaterina y alzó el velo de tela translucida que caía delicadamente sobre los ojos verdes de la mujer. Los dos ojos de los dos se encontraron por un momento y luego se besaron. Los invitados sentados en la iglesia se levantaron a aplaudir con fuerza ante los recién casados. Las palomas volaron hacia los techos abovedados de la iglesia.

Esa noche tuvieron un gran festín, lechones, borregos y reces descuartizadas. Barriles de cerveza y de vino exportados desde Francia. Estofados y sopas, carne asada y pasteles y pies. Los señores de los alrededores trajeron ostentosos regalos a los recién casados, espadas ornamentadas, peinetas de oro con incrustaciones de perla, libros recientemente escritos en los monasterios. Canciones de amor comisionadas. Otros entregaron ganado y un halcón para cetrería. Dos nuevos caballos árabes de largas crines, uno blanco para la novia y uno negro para el novio.

Todo Yarmouth celebró el matrimonio de Lord William, el muchacho esperaba ver entre los invitados a los hombres con los que había peleado en la guerra, algunos de sus compañeros caballeros y hombres de armas, incluso al rey, pero no veía a nadie de ellos. Era muy probable que el rey Ricardo no hubiese podido asistir porque sus responsabilidades en Londres se lo habían impedido. Había esperado que los Merrybound asistiesen a su boda, William quería volver a ver a Lady Allys, pero la familia de ella había declinado la invitación a su boda.

Entonces miró como su esposa hizo un puño con la mano y apretó los antebrazos de la silla. El joven señor notó como se encontraba tensa, por alguna razón.

--Ekaterina... ¿Qué ocurre? —preguntó William.

--Oh, no es nada, es solo que...nada.

--Vamos, puedes decirme lo que sea Ekaterina ya estamos casados. Si no puedes confiar en tu esposo, ¿entonces en quién?

--Es solo que...Es una fantasía tonta, pero imaginaba que mi padre estuviese aquí, el día de mi boda. —dijo la chica.

--Somos familia ahora Ekaterina, tú y yo. Te prometo que ya no estarás sola nunca más. —respondió William.

Más entrada la noche los dos se retiraron a su habitación, esa sería la primera noche que pasarían juntos. William se quitó la chaqueta de cuero y solo se dejó la camisola y los pantalones, el muchacho se acercó hacia la ventana que daba hacia el mar oscuro, la luna brillaba con gran intensidad y estaba completa. No había ni una sola nube en el cielo, y había una pequeña brisa benigna que cruzaba del mar.

--Estoy lista...--respondió Ekaterina, con un tono tímido, era muy diferente su voz de siempre llena de seguridad. La chica entró en la alcoba del señor. Vestía con un camisón satinado color escarlata brillante. su cabellera estaba suelta llena con pequeñas flores. el camisón tenía un escote pronunciado donde un medallón de oro se perdía entre sus senos y estos se hallaban salpicados de pecas. William quedó embelesado por la belleza de su esposa. Sin embargo, la chica tiritaba.

La Doncella de Hierro IIIWhere stories live. Discover now