Capítulo 32: Henrietta y William.

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Los muros dentro del palacio del rey se llenaron con cantos de alegría y euforia. El rey Ricardo festejaba con un cáliz de oro en una mano y una cortesana en la otra El hombre alzaba el cáliz y derramaba parte del vino sobre la larga mesa llena de comida, a su lado su tío el rey de Francia; Louis de Anjou. Quien cantaba con menor alevosía que su sobrino, pero igual alegremente. Los capitanes, generales y caballeros de Ricardo yacían en las mesas más próximas a la mesa del rey de Francia. Y en la mesa más cercana al rey, estaba William. El joven caballero podía sentir la mirada de la reina desde su asiento al lado del rey Louis.

--Lord William es un afortunado. —dijo uno de los caballeros de Ricardo, un tal Ser George Danton. –La reina no le ha quitado el ojo en toda la velada. William siguió viendo su reflejo en el vino rojo de su copa y luego alzó la vista hacia la mesa del rey. Sus ojos se encontraron con los de Henrietta pero la reina rápidamente desvió la mirada. William también la bajó.

--¿Y cuál es tu punto? —preguntó William.

--Nada, es solo que me gustaría que las mujeres me viesen como lo ven a usted mi lord. —respondió el caballero. William miro de reojo al caballero a su lado, Ser Danton, era un hombre de cabello corto negro cortado en forma de tazón, de ojos pequeños color azul y una bulbosa nariz con pequeñas verrugas en ella, tenía las cejas muy pobladas y un grueso bigote, tampoco le hacía mucha justicia al hombre que fuese gordo. Con la cara llena como una luna.

--Lo digo por experiencia Ser. No haga a las mujeres la única razón de su existencia. —respondió Lord William.

--Estoy seguro que usted puede decir eso...--respondió ser Danton. —Solo mírese mi lord, rostro alargado, barba cerrada, pómulos altos y nariz perfecta. —Estoy seguro que todas las mujeres que conoce se han de quedar embobadas con solo verlo.

"No, no todas..." Pensó el caballero.

--Ser Danton, es un mito que solo las mujeres aprecian el físico de un hombre. Ellas no son como nosotros, ellas ven un poco más allá de la apariencia física. —dijo William.

--Según las prostitutas que he frecuentado también importa lo pesado de tu bolsa de oro. —respondió Ser Danton.

--No puedo contradecir eso. —respondió William. En cierta manera era verdad, Henrietta no había contraído matrimonio con Louis de Anjou porque fuese todo un galán, sino porque era el rey de Francia. Pero no podía generalizar, no todas las mujeres pensaban en el oro. "¿Selene no veía el oro? ¿Verdad?"

--Nunca he estado con una prostituta. —respondió William.

--No, por supuesto que no.—respondió Ser Danton. –No tiene necesidad de pagarles, con su porte es suficiente para rendirlas a sus pies y guiarlas a su cama.

--Solo he estado con una mujer. —respondió William. —Con mi esposa. Antes de ella me la pasé de campo de batalla en campo de batalla, por lo que no me interesa con cuantas mujeres puedo follar. Porque cuando es la guerra, me olvido de todo y pongo toda mi atención en el problema que hay frente a mí. Cualquier error significaría la perdida de cientos de vidas. Pero tiene razón Ser. Si tiene que ver la apariencia, si yo me viese como usted, no hubiera hecho nada de lo que he hecho, porque estaría todo el día preocupado por lo que piensan las mujeres de mí que en hacer algo. —respondió William y luego se levantó. —Ahora si me permite tengo que desaguar.

William salió del gran salón y recorrió los pasillos del imponente palacio del rey de Francia, en los jardines la nobleza francesa se codeaba con la nobleza inglesa. William miró sobre una de las ventanas hacia la flota anclada en el rio Sena. William miró hacia la luna en lo alto del cielo, estaba llena, William entonces comenzó a calcular cuánto tiempo faltaría antes de que su hijo naciera.

La Doncella de Hierro IIIWhere stories live. Discover now