Capítulo 7: El Cairo y Selene.

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"Recuerdo las manos de Edric, guiando las mías, era la primera vez que veía el mar. La primera vez que sentía la rigurosidad de la arena de las playas normandas y lo helado del mar. Metí los dedos en la arena, emocionada, pero a los 3 años todo le emociona a una niña"

El gran desierto se extendía por kilómetros, Selene se había quitado la cota de malla y solo se había dejado el peto, el sol calcinante se reflejaba sobre el metal de su armadura. Para Selene era como si se metiese en un horno. Los hombres tenían problemas para mover las carretas con los barriles de agua que habían logrado sacar de la ciudad. Las aves de rapiña sobrevolaban sobre las arenas proyectando sus sombras sobre la arena, dando círculos alrededor de la larga marcha de los hombres de armas.

--Esos bastardos esperan tener un festín con nuestros cuerpos. —dijo Jacques, el muchacho se quitaba con molestia y furia las gotas de sudor de la frente, todos los herrajes en su chaqueta de cuero yacían abiertos, no era buena idea usar cuero en aquel lugar. En Francia, el cuero era estándar de protección, bueno para combatir el frío y los ataques de los enemigos. Pero en medio del desierto con el sol abrasador era un infierno.

--No parece ser un buen augurio. —respondió Selene. –Y luego sacó de la alforja de su montura el pellejo con agua clara, la chica bebió un trago de agua tibia y volvió a meter el pellejo en la alforja.

--Jamás habría pensado, que en Tierra Santa haría tanto calor. —dijo Jacques.

--¿Te arrepientes entonces de haber venido? —le preguntó Selene.

--Ni un poco, no solo tú tienes algo que hacer, yo también he venido aquí por una buena razón. —dijo Jacques.

--¿Ah sí?, ¿Qué es lo que tienes que hacer en Tierra Santa? —preguntó Selene.

--Hablé con el capitán John, dice que en Jerusalén yace El Gólgota; El Calvario de la crucifixión donde Jesús murió. —dijo Jacques. —Iré a Jerusalén a ese calvario y enterraré el hacha de Alou y la espada de mi padre en aquel lugar. Como redención por sus pecados en la tierra.

Selene sonrió.

--Iremos...--dijo Selene.

--¿Vendrás conmigo? —preguntó Jacques. --¿Qué pasará con tú hermano, con tu promesa?

--Todavía la cumpliré. —respondió Selene. —Pero no te dejaré Jacques, los dos iniciamos esta aventura juntos y la terminaremos juntos. Además, estoy segura que a mi hermano no le importara que desaparezca por un par de días. No te dejaré solo Jacques.

Selene levantó la mano y Jacques se la tomó. los dos se miraron a los ojos por un par de segundos. Entonces aparecieron frente a ellos, aquellas gigantescas construcciones que parecían tocar el cielo, Nunca antes Selene y Jacques habían visto algo como eso en toda su vida, gigantescas pirámides de piedra. Nada en Francia o en Malta se había parecido como aquellas construcciones.

Sin embargo, no eran los únicos que estaban sorprendidos, la mayoría de los hombres de armas se hallaban anonadados con aquellas construcciones. Para hombres que habían vivido toda su vida en la misma choza donde nacieron en la misma aldea o granja donde planeaban morir, ver aquellas monumentales pirámides era algo único, tan simples en su forma y tan impactantes a la vez.

--Esas mi lady son las pirámides de Guiza. —respondió el duque Enrico Sforza. El joven duque cabalgó al lado izquierdo de Selene. Fueron construidas hacía milenios atrás por un pueblo conocido como los egipcios.

--Jamás había visto algo como esto en toda mi vida. —dijo Selene.

--Eso es porque no has visto el imponente Coliseo en Roma. —respondió El Duque Enrico.

La Doncella de Hierro IIIWhere stories live. Discover now