Capítulo 28: Reinaldo de Chatillon y Pia.

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"Si cerraba los ojos aun podía escuchar el mar, podía sentir la arena contra mi cara y la sensación del agua del mar empapando mi ropa y mi cuerpo. Y el relinche de los caballos. Cuando cerraba los ojos podía recordar el día que aparecí en Tierra Santa, y del hombre que me rescató, Ser Orlando. Alto, apuesto, valiente diligente y honesto. Ser Orlando, uno de los caballeros al servicio de Lord Karl von Eisenbach de Bohn, señor de Karnak bajo el dominio del rey de Jerusalén. Cuanto tiempo habría pasado desde aquellos días de felicidad, aquellos días en los que aspiraba a ser un caballero como mi amado Ser Orlando."

Los recuerdos de Pia se borraron con el sonido de la cerveza llenando el tarro. Una de las tenderas se inclinó para rellenar el tarro que Pia tenía en la mano, la mujer mostró su profundo escote.

--¿Qué ocurre corazón? Se te nota triste, ¿Perdiste amigos hoy? ¿Me Dejas ayudarte a ahogar tus penas?—dijo la prostituta.

Pia alzó la mirada.

--Soy mujer, ahora largo.—respondió Pia. La prostituta se levantó de la mesa y se alejó de la escena, todos los piratas yacían festejando en medio del palacio de gobierno de la ciudad de Escalón.

Sentado en la mesa del señor estaba Reinaldo de Chatillón, el hombre tenía un brazo vendado donde una flecha le había alcanzado. A su lado estaba la temerosa hija de Isaac Ades, Sarah. Y al lado de ella se encontraba una mujer distinta a todas las demás, por sus rasgos parecía árabe, pero no tenía un trazo de acento árabe en el francés que hablaba con Reinaldo de Chatillon. El muchacho era lo que se podía esperar de un rey cruzado. Un muchacho alto, bien parecido, beligerante, de cortas luces y racista. Tal como había sido su padre.

Sayub miraba por la ventana hacia el mar. A diferencia del resto de los piratas que se embriagaban en el salón, él miraba por la ventana, en su copa de latón agua clara, pues el hombre no tomaba alcohol. El hombre había sido un hasshashin en su vida previa, pero después del ataque a Acre este renunció, tal vez no le pareció unirse a los Caballeros Templarios en su ataque una ciudad bajo el islam y terminó por unirse a los piratas de Reinaldo de Chatillon. El hombre había sido hecho para la guerra, de ancha espalda y cintura estrecha de piernas torneadas y brazos fuertes, de cabello ensortijado y ojos inquisitivos como los gatos de color miel. De espesa barba negra. el hombre era una máquina de guerra. Y de todos los bastardos con los que Pia convivía, Sayub era el único que entendía el concepto del honor. O lo más parecido al honor que tenían los hashashins.

Pia se levantó y fue hacia la ventana donde estaba Sayub, la luna blanca se reflejaba sobre el mar en calma y el cielo estaba repleto de pequeñas estrellas. Casi como si Dios hubiese estado de acuerdo con la conquista de aquella ciudad.

--¿Hubo problemas con los prisioneros? —preguntó Pia tomando un sorbo del tarro, con cada sorbo el dolor en su nariz causado por el golpe que ese bastardo mercenario de Jacques le había dado en la cara con el mango de su hacha.

--No.—respondió Sayub. —Los deje salir a los caminos tal como me lo pediste, no vale la pena derramar sangre inocente sobre todo por una ciudad en la que no nos quedaremos. Es poco el botín y los tesoros que logramos hurtar de la ciudad. Y además no tiene muros. Si Al Mutah Alim se entera, nos perseguirá.

--Estoy segura que sí. Bien, no podría dormir bien, sabiendo que en mis manos hay tanta sangre inocente.

--¿No entiendo que es lo que haces aquí? —preguntó Sayub.

--Lealtad, supongo. —respondió Pia. –Hice un juramento ante Reinaldo de Chatillon para ponerlo en el torno de Antioquia a cambio de ayuda para ayudarme con mi misión.

--Pasarás muchas vidas antes de ver a Reinaldo de Chatillon como rey de Antioquia. —respondió Sayub. —No tiene los hombres suficientes ni para mantener control sobre una pequeña ciudad como esta. ¿Cómo podrá hacerles frente a los ejércitos sarracenos de Saladino? ¿O de está Doncella de Hierro?, Todavía hay 3000 enemigos en Al-Dahla y todos los hombres se han embriagado.

La Doncella de Hierro IIIWhere stories live. Discover now