Capítulo 29: La Cruzada y William.

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"De niño había escuchado a los frailes, monjes y heraldos hablar en las calles de las ciudades y pueblos, siempre tratando de convencer a buenos y lamentablemente pobres cristianos sobre una promesa de salvación. Gloria, poder y salvación a todo aquel que fuese lo suficientemente devoto para coser la santa cruz a su ropa, tomar una espada y marchar junto a los miles de devotos que formaban los ejércitos cruzados en Tierra Santa y como muchos niños yo también tenía sueños de conseguir mi propia gloria. Sin embargo, la lealtad...lo curioso con la lealtad es que a veces sega la vista y nubla el juicio."

William miraba los soportes de madera del techo de su recamara. Recostada sobre su pecho yacía su esposa Ekaterina, los dos envueltos por aquella delicada autorrealización y bajo el brillo de sus cuerpos húmedos después de hacer el amor. Ekaterina miraba hacia los cristales empañados de la ventana mientras la lluvia caía con fuerza al otro lado del cristal.

--¿Y no podías rehusarte? —le preguntó Ekaterina a su esposo. William repasó los rizos de la cabellera pelirroja de su esposa con sus dedos, sin retirar la mirada del techo. La voz con la que Ekaterina pronunciaba las palabras era casi de tristeza.

--Es el rey, ¿Cómo podía negarme? ¿Cómo alguien puede negarse a los caprichos de Ricardo Corazón de León? El mismo hombre que se ha convencido a si mismo que es enviado por Dios para liberar La Tierra Santa.

--Si te vas, no verás a Edmund venir al mundo. —respondió Ekaterina.

--O Anna...--respondió William.

--O Anna también. ¿Esto es lo que quieres William?

--No. en verdad que no.—respondió el joven señor. —Toda mi vida me la pase de campo de batalla en campo de batalla, siempre siguiendo órdenes. Sin pensar dos veces, sintiendo felicidad y razón en ellas. Siempre listo para acatar. Y ahora por primera vez siento más razón en este pequeño mundo que hemos creado en estos muros que regresar nuevamente al campo de batalla para hacer valer mis votos como caballero.

--Eso es lo que significa madurar William. —respondió su esposa.

--Le he dado todo lo que he tenido a Ricardo, peleé por él, sangré por él y cometí pecado, terribles pecados, solo por él. Y ahora me pide que vaya con él a La Tierra Santa, para liberarla del rey sarraceno Saladino, He visto a los turcos pelear, luchan sin temor a la muerte en su mirada. Son enemigos que consideramos inferiores pero gran parte de sus ciencias y matemáticas las hemos adaptado de ellos.

--No pelearás solo. —respondió Ekaterina.—Ni estarás en la primera línea, además con los ejércitos del rey marcharán el rey de Francia y el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Y lo que se dice de Friedrich Barbarossa, el hombre que pasó toda su vida unificando Germania e Italia, con él marchan 200,000 hombres. suficientes para rendir al usurpador Saladino en la Tierra Santa.

--No puedo hablar por el emperador del Sacro Imperio Romano, pero sí por Louis de Anjou, el hombre es un cobarde, el hombre es un monarca de la corte no un rey de la guerra. Peleé en su nombre durante la batalla de Versalles. Al menos espero que ponga a un hombre apto para el puesto como Arlo de Valois. —respondió William. Luego el joven señor retiró con mucho cuidado la cabeza de su esposa y se levantó de la cama. El hombre se puso la camisola y los pantalones de lana. Se amarró las botas y se puso la chaqueta de cuero.

--¿Qué le dirás a tus padres? —le preguntó Ekaterina.

--Lo mismo de siempre, que iré a cumplir con mi juramento al rey. —respondió William.

"Decirles a mis padres no era el problema, ellos sabían que estaba hecho para la guerra, que había tenido más experiencia en los campos de batallas que muchos generales que me doblaban la edad. Era Allys a quien me costaría decirle, había luchado por ella, me había convertido en su tutor. Le había prometido protegerla, y ahora la tendría que abandonar para ir a cumplir con los votos que tomé como caballero."

La Doncella de Hierro IIIWhere stories live. Discover now