32. Sorpresa

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   El timbre había sonado, las clases se habían terminado

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   El timbre había sonado, las clases se habían terminado.

   Un rubio caminaba por los pasillos con un rostro de fastidio, viendo con aburrimiento a sus alrededores.

   Pese a su expresión y su mirada, había algo que ocultaba: no quería ir a casa.

   Sus amigos intentaron despedirse de él pero no tenía cabeza para esas tonterías.

   Salió de la escuela, viendo algunos autos esperando por los chicos. Pudo observar como la madre de Takeshi (sí, el chico que había golpeado horas antes), lo recibía con un beso y un tierno abrazo, mientras entraban a un gran auto.

   Frunsió el ceño, sentía repulsión, repulsión por esos pequeños insectos que le restregaban su felicidad en su cara. ¡¿Acaso se estaban burlando de él?! ¡Por supuesto que sí!

   Mañana se encargaría de hacerle pagar por ese insulto. Lo dejaría llorando por el dolor de su puño e iría llorando con su mamá. ¿Pero qué caso tenía? Seguramente su madre le curaría sus heridas con cariño y paciencia.

   Enfureció más ante tal pensamiento. No lo quería, no quería que nadie tuviera cariño y amor... Así como él no lo tenía. Quería que todos fueran como él.

   Mandando a la basura sus pensamientos egoístas caminó en total soledad hasta que el sol se metió. Su casa quedaba lejos por lo que el día le había abandonado al llegar.

   —Todo sería tan malditamente diferente si tuviera un auto—susurró para sí mismo, con un tono claro de frustración.

   Abrió la puerta de su casa, encontrándose con nada más que el mismo desastre de siempre: todo tirado y regado por doquier, sucio, desagradable; definitivamente no era el mejor lugar del mundo.

   Avanzó hasta la sala encontrándose con su padre, un hombre alcohólico que dormía en el sofá despreocupadamente, con varias latas de cerveza a su alrededor.

   Miró con odio a su padre, aquel hombre violento que apaleaba a su madre sin dejarla respirar, hasta que un día un golpe la logró asesinar.

   Él fue testigo de todo, vio como hizo parecer a todo el mundo como un accidente. Abandonó a su madre en la calle y la reportó como desaparecida. Cuando la policía encontró el cadáver él fingió demencia y culpó a la delincuencia del barrio, así se libró de prisión.

   Sentía una gran impotencia, toda su infancia y adolescencia callando el sucio secreto de su padre, aquel que le quitó a quien más amaba, a esa mujer que en su vientre por nueve meses cuidó.

   Pero ya no importaba, no podría cambiar nada. ¿Quién le iba a creer a él? Nadie.

   Tomó una de las cervezas a la mitad que estaban cerca de su padre y se dispuso a subir a su habitación, sin embargo una voz le evitó avanzar.

Inexistente [Terminada]Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt