Capullos en apuros

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—¡Dale! ¡Dale, que lo tienes, Horacio! —animaba a gritos el de cabellos rubios mientras sacaba la cabeza por la ventana del copiloto junto con su arma de combate, apuntado a las ruedas del vehículo en movimiento enfrente suya— ¡Vamos, vamos! 

—¿Preguntamos por Clave Robert por radio? —pregunta Horacio yendo a 152KM por hora por la avenida dentro de la persecución. 

—¡Hostia, cuidado! —grita el contrario agachando su cuerpo y ocultandose para esquivar un par de balas que intentaron darle— ¡Acaba de disparar! ¡Nos intentó matar, debemos de disparar! 

—No lo sé, yo… ¡Uuuy! —muerde su lengua al esquivar una grúa que literalmente pasó a dos centímetros al lado suya— ¿¡Viste eso!? 

—¡Hostia! ¡HOSTIA! —volvió a agacharse por unas balas— Nada, nada, código Robert. Este no quiere detenerse —comenta ajetreado. 

El mayor por un año comenzó a disparar un par de veces a las ruedas del auto, intentando pincharlas para detener o al menos descarrilar al enorme coche de carreras color verde neón. 

Un par de balas penetraron dramáticamente las ruedas, abriendo agujeros donde salió todo el aire almacenado. Ambos coches comenzaron a bajar la velocidad, Horacio y Gustabo tuvieron cierta distancia del de verde. 

—¡Salga del coche! 

Y así, un día más de trabajo, cumplieron con su misión de proteger a la ciudad de los capullos que intentan dársela de listos sólo por tener dinero, drogas, armas y coches sin licencia. También tractores sin licencia cabe destacar. 

—5 mesesitos de cárcel, mi rey —canta el de cabellos rubios al nuevo hombre en el calabozo llamado Miguel— ¿Y tu móvil? ¡Tu móvil me lo quedo! 

—Weon, no puedo creer, conche' tu mare' —intentaba persuadir el chileno— Solo corría a 60 por hora, ¿eso no está autorizado en la ley acaso? 

—Sí, weon —fingió un acento como el suyo de manera burlona y poco efectiva— En el reglamento de ¡Velocidades Vergas! 

—Puta la wea… 

—Vámonos de aquí, Gustabo —inquirió el de cresta guardando la PDA en el escritorio— Vamos a ver si llegó Conway para pedirle mi chapa. 

—Vamos a por Conway, tu chapa y un beso en la frente porque nos lo merecemos…  

No tardaron en detener sus pasos para salir del lugar de calabozos al escuchar la voz de Papu bajar por las escaleras, junto con sus mini Conways

—¡Abuelooo! —saludó Gustabo sonriente, quién calló de golpe al ver el molesto rostro del mayor. 

—¡Par de gilipollas! —gritó una vez frente al dúo— ¡Sois unos capullos! 

—¿P-pero que sucede, Conway? —pregunta confundido Horacio, limpiandose el rastro de saliva del mayor sobre su rostro. 

—¿Dónde. Habeis. Estado. Vosotros? —la fría y molesta voz de Volkov junto con su figura autoritaria hizo presencia a un lado de Conway y sus brazos cruzados. 

Manos sudorosas, piernas temblando, estómago feliz y rostro caliente; Horacio tuvo que apartar la mirada al tener al Comisario enfrente suya. 

El hombre más bajo que él sudaba por su frente, se notaba a kilómetros de distancia que su jornada había sido tan dura como la de Conway y el grupo de policías que ahora yacían dentro de las salas de interrogación con varios detenidos. 

—¿Que sucedió? —abre con ojos de asombro y miedo el de cresta, volteando a sus espaldas a las salas. 

—QRR, eso fue lo que sucedió —comentó lo más calmado posible el ruso aún con sus brazos firmes— Repito la pregunta por si no me habeis escuchado… ¿Donde cojones habeis estado? 

El Volkacio pa' miWhere stories live. Discover now