Decido ser, decido estar

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☁️ ¡Violenta cantidad de hermoso texto! ☁️

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—50K de dinero negro, adelante —entrega Gustabo al hombre con máscara de diablo.

—Perfecto, compa —asiente este recibiendo todo— Para la próxima sí quiero los 100K completitos, eh —señala a ambos hombres con su dedo indice— Que no crean pero los estoy viendo, papá.

Después de un par de meses tragando excremento con trabajos relacionados a la droga e intentos de evitar -por parte de ellos- secuestrar a Conway o cualquier otro policía por petición de la mafia, finalmente habían podido dar un paso esencial que justificaba que lo darían todo por la organización.

Lugares como islas, el Norte y las montañas; eran las localizaciones donde últimamente se hallaban Gustabo y Horacio para quedar con Diablo, el ahora conocido hombre de negro llamado Nadando y un rubio.

—¿Y ese quién es? —pregunta Gustabo señalando al rubio con carabina en mano, Diablo sencillamente se encoge de hombros.

—Bueno, muchachos —habla el mexicano— Ya han pasado casi dos meses de encuentro con vosotros y habeís demostrado lealtad.

—Siempre —dice Horacio nervioso y haciendo un saludo militar.

—Calma, Horacio —tranquiliza el rubio a su lado al verlo relamer sus labios repetitivas veces y bajar la mirada al suelo—Perdonalo, Emilio —voltea hacia el hombre con máscara de Diablo— Hoy ha sido un día muy duro, ¿verdad, Horacio?

El de cresta no sabía cómo responder, si decir que esa mañana le había quitado a toda la malla los Doritos de Limón que estos comían fuera de Comisaría, para luego quemarlos porque no podía ver ni siquiera un simple paquete de esa marca sin querer hacerlo desaparecer de su vista, o que un chico de cresta despeinada y cabello negro que conoció en un estacionamiento lo hizo reír como nunca con sus expresiones argentinas.

Aunque la última no fue estresante ahora que lo recuerda.

—Eh, si, sí —asiente Horacio sin saber que decir— M-mucha mierda, mucha.

La charla de negocios había culminado entre la mafia y los futuros reclutas, los cuales darían todo por estar dentro. Una vez se retiraron, Gustabo comenzó su labor de notificar al superior de todo, escribiéndole sus respectivos mensajes para quedar con él.

—¡Maldito viejo verde! —gritó Gustabo subiendo la colina como puede con un auto robado— ¿Por qué siempre quedamos en las montañas, tío? ¿Porque no vamos no sé, a un café como la gente normal, un parque?

Horacio sencillamente negó riendo y diciéndole que podían moverse caminando sin problemas desde su ubicación. Estando al otro lado de la montaña, se hallaba un hombre con máscara negra y camisa blanca a lado de una moto.

Y como de costumbre, Gustabo le pidió a Horacio que hablara y contara todo lo que había sucedido en aquellos dos días de trabajo duro realizado. Conway lo escuchó atentamente.

—¿Y cuando creeís que vaís a ser finalmente parte de la organización? —pregunta con sus brazos cruzados.

—No tenemos idea —niega Gustabo con una expresión fría, ciertamente pensativo.

Ambos hombres quedaron en silencio, manteniendo su vista en el césped y parte de los árboles del lugar, los cuales se movían levemente por el soplar del viento y por los pájaros que se paraban en sus ramas para comenzar a cantar dulces melodías que no hacían más que tensar a los presentes.

—E-eh, ¿Terminamos la reunión? —pregunta Horacio con vergüenza de cortar el ambiente pensativo que ambos hombres poseían, todo esto mientras revisaba su móvil constantemente y con nerviosismo.

El Volkacio pa' miWhere stories live. Discover now